En el mundo de las redes, la desinformación digital está creciendo de manera exponencial. Gran parte de esta desinformación tiene como objetivo manipular, pero en ocasiones somos nosotros mismos quienes la promovemos de manera inconsciente o irresponsable. Todo ello está minando la confianza entre nosotros.

 

Según expertos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), las noticias falsas tienen 70% más de probabilidades de ser compartidas que las verdaderas. Las razones detrás de esto son simples pero reales: las noticias falsas suelen ser más entretenidas y pensamos que no causan daño si las compartimos (bit.ly/3JTNMWF).

 

Recientemente se publicaron los resultados de un estudio financiado por la Fundación Luca de Tena de España y Facebook, que investigó la desinformación y los perfiles de vulnerabilidad, y cuyos hallazgos en aquel país pueden ser aplicados a nuestra realidad.

 

El objetivo del estudio era identificar las características de la desinformación, los grupos vulnerables y formular acciones efectivas para combatir sus efectos (bit.ly/3rlBfES).

 

Entre los principales hallazgos del estudio destacan:

 

  • Más de la mitad de los encuestados presentan un alto grado de vulnerabilidad ante la desinformación.
  • Según los datos cuantitativos, los jóvenes son el grupo de edad más vulnerable a la desinformación. Sin embargo, desde una perspectiva cualitativa, tanto los jóvenes como los mayores son más vulnerables. Los adolescentes son particularmente susceptibles a la desinformación debido a su falta de experiencia y a la sobreexposición a diferentes canales de información.
  • Una posición económica más favorable reduce la vulnerabilidad a la desinformación.
  • Los desempleados y los inactivos muestran niveles más altos de vulnerabilidad, mientras que los jubilados son los menos vulnerables.
  • El nivel de educación no es un factor determinante en la vulnerabilidad a la desinformación, aunque se observa una ligera tendencia de mayor vulnerabilidad en aquellos con menor nivel de educación.
  • Las personas tienden a aceptar información que se alinea con sus creencias preexistentes.
  • Aquellos que pasan más de tres horas al día en Internet tienen un mayor grado de vulnerabilidad a la desinformación.
  • La reputación y trayectoria de un medio influyen en la credibilidad de la información.
  • Los participantes del estudio consideran más confiables y creíbles los contenidos de información que provienen de familiares, amigos o referentes cercanos.
  • Los medios con una línea editorial más moderada son percibidos como más creíbles en comparación con aquellos que se sitúan en los extremos.

 

Como propuesta de acciones para combatir la desinformación digital, se sugieren cinco áreas estratégicas:

 

  1. Promover la identificación clara de quién está detrás de la información (identidad real del emisor).
  2. Facilitar herramientas que permitan a los usuarios identificar de manera exhaustiva el contenido desinformativo en todo momento.
  3. Controlar si la aparente popularidad de un mensaje es auténtica o el resultado de amplificación artificial mediante pagos a influencers humanos, trolls o el uso de bots para promover ciertos mensajes.
  4. Diseñar mecanismos de cooperación efectivos entre todos los actores involucrados para identificar y difundir la desinformación.
  5. Trabajar no solo en la detección de contenidos desinformativos, sino también en el formato en el que se presentan los datos de verificación, con el objetivo de maximizar su impacto.

 

La desinformación digital es un problema creciente que está convirtiendo las redes sociales en espacios de manipulación y polarización. Debemos actuar antes de perder la utilidad de estos espacios, que podrían servir como plataformas para conversaciones importantes entre miembros de la comunidad que buscan un lugar mejor para todos.