El gobierno del Presidente Peña Nieto cumple su primer año en un marco de claroscuros, y para pulsar la evaluación de los mexicanos contamos con la encuesta del periódico Reforma del 1º de diciembre pasado.

Hay un deterioro evidente de su popularidad. En abril, Peña Nieto obtenía una calificación de 7.1 entre 775 líderes de opinión y de 6.3 entre ciudadanos. Ocho meses después, en diciembre, la calificación cayó a 5.2 y 5.5, respectivamente. En el mismo periodo, la aprobación a su gestión pasó de 78% a 40% (38% menos) entre líderes, y de 50 a 44% entre ciudadanos.

Con respecto a los temas de la agenda gubernamental, 70% de los líderes y 39% de los ciudadanos califica mal la reforma fiscal-hacendaria y 72% y 58%, respectivamente, al combate al crimen organizado, quizás el asunto más polémico y donde menos resultados se visibilizan (2013 será el año récord en secuestro y extorsión).

Los ciudadanos cambiaron, se informan más y son más impacientes con sus autoridades.

El Pacto por México logró resultados importantes, el más destacado: desterrar la idea de que un gobierno sin mayoría está condenado a la parálisis.

Peña Nieto logró sentar a la mesa al PAN y al PRD para impulsar cambios estructurales que resultaban impostergables. Se aprobó la reforma educativa, la de transparencia, la financiera, la de telecomunicaciones, la fiscal-hacendaria.

Recién se aprobó la reforma política en la Cámara de Diputados con la ausencia del PRD, y se ha iniciado la discusión en comisiones de “la madre de todas las reformas”, la energética, donde se va hacia una ruta de colisión con esta misma fuerza que súbitamente ha decidido salirse del Pacto.

El PRD, en un balance de pérdidas y ganancias, ha decidido retomar su discurso nacionalista y rupturista, porque teme que López Obrador y Morena le roben el capital político que generará el rechazo a la reforma energética. El PRD dialogante y constructivo de los meses pasados ha quedado atrás y retoma su tendencia a moverse por incentivos de corto plazo sacrificando la posibilidad de pensar al país y sus necesidades con una visión estratégica. Una izquierda así le sirve a sus tribus, pero no le sirve a México.

En este marco tan complicado, el PAN, a pesar de sus conflictos internos, tiene la oportunidad de recuperar su congruencia con su proyecto histórico. Ha acompañado todas las reformas aprobadas; luchó por una reforma fiscal a fondo, negoció una reforma política que, con todas sus limitantes, permite avanzar hacia una democracia de mayor calidad, y ahora está ante el gran reto de consensuar con el PRI una  reforma energética de gran calado que busca quebrar viejos mitos nacionalistas que le impiden al país potenciar su riqueza petrolera para crecer y combatir la pobreza.

La reforma energética saldrá sin el acuerdo de la izquierda, lo que augura un panorama difícil, sin embargo ha llegado la hora de hacer valer el peso de las mayorías, que es el principio básico de toda democracia.

Hay riesgos de que finalice el Pacto y los vínculos constructivos del gobierno con la izquierda en el corto plazo, y eso deja al PAN –convertido ahora en fiel de la balanza- frente a la enorme responsabilidad de mostrarse como un partido con visión estratégica, capaz de crear contrapesos reales al poder del Presidente y del PRI.

A partir de la reforma enérgetica se tendrá que repensar el Pacto por México. Se puede abrir un espacio para debatir una nueva arquitecura del sistema político e institucional mexicano, como ha insistido el Dip. Manlio Fabio Beltrones, para un país que ya cambio y que necesita de novedosos mecanismos que aprovechen la energía ciudadana que lograr que la política vuelva a ser el espacio de los acuerdos y de la creación de una visión estratégica compartida del futuro.

Ahí esta la oportunidad para México y para los mexicanos. De no aprovecharla, otra vez los logros serán coyunturales y el país que soñamos y merecemos seguirá esperando.