Se han cumplido dos años de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador y, como siempre sucede, es la ocasión propicia para hacer un balance de lo realizado y de lo que falta por hacer.
El hecho tiene lugar en el marco de una fuerte polarización entre aquellos que veneran al mandatario y que consideran que, como lo afirma la narrativa oficial, estamos inmersos en una ola de transformaciones y, otros, que ven a un país sin rumbo, en una ruta de deterioro progresivo y sin un liderazgo capaz de abordar y resolver los grandes problemas que aquejan a México.
El presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó en su informe a la Nación que se avanza en el cambio al que se comprometió, pero el gran problema es cómo comprobar lo anterior.
Asegura que se cumplieron 97 de sus 100 compromisos; que hay un ahorro de un billón 300 mil millones de pesos por la austeridad y la lucha anticorrupción; que están terminadas o en proceso, 140 universidades públicas.
Que su gobierno no se ha visto rebasado por la pandemia de Covid-19, a pesar de que hemos llegado a una cifra de más de 107 mil muertos.
Afirma también que se acabaron la corrupción y la impunidad y que la percepción de inseguridad de los ciudadanos se encuentra en la cifra más baja en cinco años.
Es visible la falta de recurso a evidencia empírica, a datos duros públicos y verificables; nos topamos con afirmaciones del presidente que no admiten un filtro de contraste ni siquiera con las fuentes oficiales.
Apenas hace unos días desmintió la información del INEGI de que más de un millón de micro, pequeñas y medianas empresas cerraron sus puertas definitivamente en los últimos 17 meses para afirmar que él “tiene otros datos”.
La inmensa mayoría de las solicitudes de información acerca de lo dicho por López Obrador, que se realizan a través de la Plataforma de Transparencia del INAI, reciben respuestas negativas.
Esto violenta el principio de la relación entre el Estado y los ciudadanos consustancial a cualquier democracia, el cual debe sustentarse en la información fidedigna, en la certeza de la población de que su gobierno le habla con la verdad y en la disposición efectiva de éste a abrir su quehacer a la mirada pública para someterse a la rendición de cuentas.
La consultoría SPIN – Taller de Comunicación Política realiza un interesante seguimiento de las conferencias mañaneras para analizar la estructura del discurso presidencial. De acuerdo con esta fuente, indica que entre el 3 de diciembre de 2018 y el 30 de noviembre de 2020 o sea en dos años, López Obrador ha hecho 40,502 afirmaciones no verdaderas, falsas o engañosas. En contraste, Donald Trump, de acuerdo con The Washington Post, ha hecho casi la mitad (22,247) en cuatro años.
Este gobierno ha quedado a deber, no importa que la popularidad del presidente rebase el 60% (tiene 71%, según él).
Sin embargo, las insuficiencias del actual proyecto de la 4T no deben llevar a pensar a la oposición, como lo afirma la investigadora Viridiana Ríos, “que no necesita proponer más ideas que sacar a Morena del poder” para retornar a una mítica era de prosperidad y bienestar anterior a 2018.
No, los gobiernos anteriores a la 4T obtuvieron algunos logros sobre todo en materia de competitividad económica y diseño institucional, pero se olvidaron de generar mayores equilibrios sociales y cerrar brechas.
En 2018 (Coneval) casi la mitad de la población tenía ingresos por debajo de la línea de pobreza (61.1 millones de personas). Entre 2000 y 2018 el país no solo tuvo un crecimiento mediocre (2% del PIB anual en promedio), sino que el modelo de desarrollo fue altamente concentrador, ya que el 10% más rico se queda con el 64.4% de toda la riqueza del país (Gerardo Esquivel (“Desigualdad extrema en México”, Oxfam).
Ni antes ni ahora. Ni el retorno al pasado ni un proyecto que, bajo el pretexto de transformar al país, ha generado polarización y pospuesto las soluciones urgentes.
Como dice Viridiana Ríos, “Es hora de subir las expectativas”, dejar atrás las soluciones simples y entender la complejidad del reto que enfrenta el país para impulsar un proyecto que, a la vez que crea las bases para un crecimiento alto y sostenido, es capaz de crear vasos comunicantes con el desarrollo social para desterrar la desigualdad y la pobreza. Ni antes ni ahora, sino una nueva ruta de prosperidad y justicia social para México y su gente.