Las encuestas se han convertido en una arena fundamental del debate por la narrativa de lo que sucede en el país.

En una mañanera reciente, el Presidente López Obrador presumió niveles de popularidad del 70% con base “en mis datos”. El estudio de opinión al que hace referencia, procede de AMLOVEmetrics y que patrocina SDP, “El Sendero del Peje”, un medio digital que dirige un simpatizante de la 4T.

Hacer una encuesta es una cosa seria, de otra manera lo que tenemos son datos frágiles o sesgados por la simpatía política del encuestador, quien puede enfocar las preguntas hacia los seguidores de su cliente. Este tipo de ejercicios, como el realizado por SDP, no puede arrojar datos verídicos.

La encuesta reciente del periódico Reforma, más confiable, porque tiene la virtud de haber sido levantada en hogares, cara a cara con los entrevistados, algo que no se había logrado en los meses recientes por el tema de la pandemia y de la sana distancia, arroja niveles de consenso mucho más bajos para AMLO: 56% (14 puntos porcentuales menos de lo que afirma el Presidente), mientras que lo reprueba prácticamente en todos los temas de política pública: atención a la salud, corrupción, pobreza, combate a la inseguridad y al crimen organizado, conducción de la economía, con excepción del ámbito educativo (nada despreciable).

En tanto, la consultora Oraculus, que elabora una encuesta de encuestas (poll of polls) le da a AMLO una aprobación de 58%, mientras que 38% lo califica negativamente. En conjunto, los distintos estudios de opinión, indican la existencia de una enorme disonancia en la opinión social, porque mientras los mexicanos le dan al Presidente un alto nivel de aprobación personal, por otra parte califican negativamente la conducción de los asuntos públicos a cargo del Jefe del Ejecutivo.

Por cierto, Consulta Mitofsky ha hecho un interesante comparativo del nivel de aprobación alcanzado por los últimos seis presidentes de México, al séptimo trimestre de sus respectivos sexenios. Esto corresponde, para el caso del actual gobierno, a agosto de 2020.

A estas alturas, Carlos Salinas de Gortari tenía 70.9% de aprobación, Vicente Fox 56.7% y Felipe Calderón 58.8%; AMLO, queda por debajo de todos los anteriores, con 54.0% de opinión favorable.

Solo Peña Nieto (51.3%) y Ernesto Zedillo (48.5%) alcanzan calificaciones inferiores a López Obrador a 21 meses de encabezar la Presidencia de la República.

Esto desmonta el mito de que el actual Presidente cuenta con una aprobación histórica, con un consenso ciudadano sin precedentes. No es así, como lo prueban las encuestas.

Tengo la impresión de que tendremos que lidiar una buena parte de este sexenio con esa dicotomía entre un Presidente fuerte en la opinión pública, y una mala evaluación del quehacer de su gobierno.

¿En qué momento se cerrarán estas tendencias, en qué punto la falta de efectividad de la acción de gobierno jalará hacia abajo la popularidad de López Obrador?, son las grandes interrogantes de analistas e investigadores.

Los mexicanos aprecian a AMLO, lo consideran un hombre sincero y honesto que tiene una gran sensibilidad social. Lo ven como un hombre trabajador y esforzado, imagen que López Obrador se ha encargado de posicionar y apuntalar saturando el espacio público con todo tipo de ejercicios informativos y propagandísticos.

Esta omnipresencia de la narrativa del Presidente, genera grandes desequilibrios porque nos impide escuchar otras voces. Se pierde la riqueza que aporta la comunicación bidireccional entre gobernante y gobernados.

Monopolizar la narrativa, como lo está haciendo AMLO, es contrario al diálogo plural y a la democracia misma.

La estrategia política del Presidente, sustentada en sus atributos retóricos, sumada a la entrega masiva de dinero a través de programas sociales clientelares, le ha dado, hasta ahora, buenos resultados.

No sé hasta dónde le alcance para seguir manteniendo niveles más que aceptables de popularidad en medio de un país en crisis. Ya veremos.