Daron Acemoglu y James A. Robinson, profesores del MIT y de la Universidad de Harvard, respectivamente, escribieron en 2013 uno de los libros que más han influido en el debate internacional sobre los factores que influyen en el desarrollo: “Por qué fracasan los países: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”, publicado por editorial Crítica.

La hipótesis fundamental es que la causa de que los países sean pobres no es su situación geográfica ni cultural. Está determinada por los incentivos creados por las instituciones.

Para ilustrar sus hipótesis dedican un capítulo completo a comparar a nuestro Nogales, Sonora, con Nogales, Arizona.

En la ciudad del otro lado de la frontera, afirman los autores, la renta media por hogar es de 30 mil dólares al año; la mayoría de los adolescentes van a la escuela, la población tiene acceso universal a servicios de salud y la esperanza de vida es elevada. Los servicios públicos –agua, drenaje, electricidad, telefonía- son de calidad, al igual que la red carretera que conecta a esta ciudad con el resto de Estados Unidos. Pero, algo no menos importante, es la ley y el orden. Sus habitantes pueden realizar sus actividades diarias sin temer por su vida ni seguridad, sus inversiones, negocios o propiedades. Los habitantes tienen un gobierno que los representa y que actúa con transparencia y rendición de cuentas.

Al sur de la alambrada, en contraste, la renta media de los hogares es equivalente a la tercera parte de sus vecinos del norte. La mayoría de los adultos no tienen un certificado de estudios de secundaria y muchos adolescentes no van a la escuela; hay altos índices de mortalidad infantil, la esperanza de vida es menor, los servicios públicos son deficientes, hay altos índices de inseguridad.

¿Cómo pueden ser tan distintas las dos mitades de lo que es, esencialmente, la misma ciudad? No hay diferencias en el clima, la situación geográfica, los orígenes de las personas de ambos lados de la frontera son bastante similares. Comparten antepasados, disfrutan de la misma música e incluso tienen, en gran medida, la misma cultura.

La razón de las enormes asimetrías entre las dos Nogales, de acuerdo con los autores, radica en que los habitantes del norte tiene acceso a instituciones que les permiten acceder a salud y educación, hay un sistema legal que vela por los derechos de la población, hay instrumentos de supervisión ciudadana sobre lo que hacen las autoridades y la gente tiene la capacidad de sustituirlas si actúan indebidamente si no responden al interés público.

Hay una relación directa entre prosperidad e instituciones políticas y económicas “inclusivas”. Lo contrario son instituciones “extractivas”, que concentran el poder en manos de unos pocos, que generan grandes zonas de opacidad y cierran la mirada de los ciudadanos hacia lo público.

Los sonorenses, por ejemplo, vivimos en medio de una enorme contradicción entre nuestra herencia colonial española, proclive al despilfarro y la corrupción y nuestra fascinación por la tradición democrática anglosajona, inclinada al ejercicio efectivo de la ley, el emprendedurismo y una democracia sustentada en lo que piensa y quiere la gente.

Hace poco me visitaron unos amigos de la Ciudad de México; convivieron con nuestra gente, disfrutaron de nuestra hospitalidad, se fueron impresionados con la infraestructura, los servicios públicos, la gastronomía, los destinos turísticos que ofrece el estado; regresaron con la imagen de que Sonora “es otro país” por su civilidad, progreso económico y cohesión social.

Sin embargo, Sonora sigue luchando por ser el Nogales “del otro lado”, porque persisten zonas de injusticia y pobreza inaceptables, hay grandes disparidades de desarrollo regional, debilidad institucional en áreas centrales de la política pública. Ese otro Nogales del que hablan Acemoglu y Robinson debe ser nuestro referente, no por copiar modelos de desarrollo, ni estilos de vida, ni patrones de consumo. Los sonorenses tenemos una cultura, tenemos identidad, valores y un proyecto propios. Esos son nuestros activos.

En Sonora estamos obligados a fortalecer las instituciones “inclusivas” que involucran a la gente en las decisiones de gobierno, que le dan poder a los ciudadanos para participar en la construcción de lo público, que generan prosperidad compartida y cierran la puerta a la corrupción, que fue el gran tema y terreno de controversia en la pasada campaña por la gubernatura.

Necesitamos instituciones fuertes y políticos comprometidos con los valores de la eficacia y la democracia. Sólo así, Sonora será mejor.

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