Todos los bienes y oportunidades existentes deben de ser usados para el bienestar de todos. Esta expresión captura la responsabilidad de que quienes detentan bienes y los explotan, deben de aprovecharlos para beneficio propio y también para el beneficio de los demás, principalmente para quienes nada tienen. De ahí nace el concepto de hipoteca social.

Independientemente de tu posición económica y social, es un imperativo moral usar los recursos lo más productivo posible en búsqueda del bien común. Es así como se paga la hipoteca social, que permite tener un país mejor, con más igualdad, solidaridad y oportunidades para todos.

Pagar la hipoteca social es utilizar los talentos, capacidades y energías de cada uno para resolver los problemas que aquejan a la comunidad: la pobreza, la corrupción, la inseguridad, la falta de servicios, la existencia de un tejido social resquebrajado, la vulnerabilidad humana.

Si bien la hipoteca social es algo que todos estamos moral y éticamente obligados a sufragar, es un deber aún más poderoso para aquellos que han tenido el privilegio de estudiar una carrera profesional, un trabajo, ejercer un cargo de responsabilidad pública, liderar una empresa o estar al frente de una organización social o política.

Yo quisiera iniciar este 2014, hablando de los grandes retos que tenemos como país y cómo podemos resolverlos, ya no desde la vieja perspectiva de esperar a ver que hacen o dejan de hacer el gobierno o la partidocracia, sino desde nosotros, los ciudadanos, que somos el más poderoso motor de cambio y quienes podemos, con nuestras acciones cotidianas, resignificar y revitalizar la democracia.

Sin embargo, este propósito se enfrenta con nuestro enorme déficit de ciudadanía. Veamos algunos datos. De acuerdo con la Encuesta de Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (ENCUP 2013), 44% de los mexicanos mayores de 18 años consideran que para trabajar en una causa común, resulta difícil o muy difícil organizarse con otros ciudadanos. Más del 80% de los mexicanos desconfía de los otros, lo que habla de un raquítico capital social. Esto explica por qué México tiene sólo 40 mil organizaciones de la sociedad civil contra dos millones de Estados Unidos, hay 106 mil en Chile, 120 mil en Argentina, 338 mil en Brasil.

Por otra parte, 8 de cada 10 mexicanos opina que el ejercicio del voto es el único mecanismo con el que cuentan para decir si el gobierno hace bien o mal las cosas. Y ésta es una visión que empobrece la democracia, y deja un débil sustento para la emergencia y consolidación de una sociedad civil sólida y actuante.

¿Qué tenemos que hacer? Fortalecer la cultura cívica, los valores relacionados con la responsabilidad, la solidaridad, el respeto y el acatamiento irrestricto de la ley, en todos los espacios: la escuela, la familia, la comunidad, porque sin más densidad ciudadana no lograremos pagar la hipoteca social.

México tiene los recursos, las instituciones, la infraestructura para reducir drásticamente los niveles de pobreza, pero la clave está en el diseño de los programas públicos.

En mis próximas colaboraciones abordaré la agenda que conforma la hipoteca social que, juntos, tú, yo, nosotros, tenemos que abordar y resolver por el bien de México.

Por lo pronto te invito a que escuches parte de un discurso del Rector del Tecnológico de Monterrey,  David Noel Ramírez Padilla (https://www.youtube.com/watch?v=FkIz-AQbSHE).