El Padre Leonel Narváez, misionero de la Consolata, impulsor y actual presidente de la Fundación para la Reconciliación, estuvo recientemente en México. El pasado 18 de abril visitó Ayotzinapa, Guerrero, para hablar con los padres de los jóvenes normalistas desaparecidos el 26 de septiembre de 2014.

Guardo admiración por el hombre y por su propuesta, que constituye un camino novedoso para desarticular los factores sociales, emocionales y culturales que conducen a la violencia y la confrontación.

La Fundación del Padre Narváez promueve distintas iniciativas, como las Escuelas de Perdón y Reconciliación, donde los participantes buscan superar el dolor y los sentimientos de rencor y venganza que limitan el goce de la vida, realizan procesos de justicia restaurativa y establecen pactos que garanticen la no repetición de las ofensas. En los Centros de Reconciliación, ubicados en zonas estratégicas de las ciudades, se difunde la cultura del perdón y la reconciliación, el respeto de los derechos humanos, la civilidad y la democracia.

La Fundación impulsa también una propuesta pedagógica denominada “La alegría de aprender a leer y escribir perdonando”. En esta participan jóvenes y adultos a los que apoya además para adquirir competencias emocionales útiles para resolver conflictos y mejorar las relaciones interpersonales. En centros escolares imparte un entrenamiento denominado “Pedagogía del cuidado y la reconciliación” para que todos los integrantes de la comunidad educativa mejoren sus espacios de diálogo y encuentro y erradiquen el “bullying”. Crea, asimismo, Redes de Jóvenes por la Reconciliación para transformarlos en agentes de cambio y promotores de la paz y la convivencia en sus comunidades. 

Este último instrumento debería ser tomado muy en cuenta en las estrategias de atención a jóvenes en situación de riesgo en México, como el Programa Nacional de Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia a cargo de la Secretaría de Gobernación. El gobierno federal se equivoca si cree que basta con acciones meramente asistenciales para alejar a los jóvenes de las filas de la delincuencia y el crimen organizado. Se necesita trabajar mucho en la educación emocional, porque una proporción importante de estos jóvenes delinquen por un sentimiento de odio y revancha hacia un sistema que los excluye, lastima y violenta.

Recientemente tuve la oportunidad de asistir a una conferencia del Padre Narváez. Les comparto algunos apuntes:

El perdón es el olvido del daño sufrido para abrirse al futuro.

Profundizar en el pasado del dolor o la ofensa, lo único que provoca es mayor dolor y desesperanza. Es perderse igual que los victimarios. La ofensa es un elemento contaminante. Quien la vive busca transmitirla a los demás.

Perdonar no es olvidar, es olvidar con otros ojos. No niega la justicia ni olvida todo y a todos. No es negar el dolor de lo sucedido.

El perdón es el ejercicio de ascenso espiritual de una persona para sustituir la rabia y el deseo de la venganza por la bondad y la compasión.

Es necesario generar nuevas medidas para valorar al ser humano: el coeficiente emocional y espiritual.

El perdón sirve más al que perdona: es un ejercicio de asepsia, de limpieza espiritual. Las personas que no perdonan, bloquean su ser, se enferman y enferman a los que están a su alrededor.

La reconciliación es un camino hacia el agresor. Tiene muchos riesgos, pero cierra el círculo de la agresión y detiene el cáncer de la rabia que degenera en violencia.

México vive un momento difícil, donde los escándalos y las tragedias sociales, humanas, de pronto nos acechan y nos roban la ilusión de un mejor futuro. Tenemos que sobreponernos.

Nuestro país necesita más y mejores herramientas para comprender las causas de nuestros problemas, y con el manejo adecuado de las emociones y la espiritualidad encontrar nuevas, mejores y sostenibles soluciones.

Hasta aquí estas ideas para la reflexión, que ojalá lo sean también para la acción.