El 21 de noviembre de 2012, a unos días de tomar posesión de la Presidencia, Enrique Peña Nieto, escribió un artículo para la prestigiada revista The Economist; el título del mismo: “El momento de México”.
El Presidente presumía que el país contaba con bases sólidas para el crecimiento económico y el progreso social, y mostraba como evidencia la rápida recuperación ante la crisis mundial que estalló en 2007-08.
Ahí, Peña Nieto expuso algunos de los ejes que habrían de conformar su estrategia de gobierno, centralmente impulsar una serie de reformas estructurales en diversos ámbitos, sobre todo el energético.
En su visión, México, una vez liberado de lastres, estaría llamado a convertirse en una de las 10 economías más grandes del mundo hacia 2020, en un marco donde al bloque de los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) vendría a sumarse un nuevo grupo de países emergentes altamente dinámicos, los MIST (México, Indonesia, Corea del Sur y Turquía).
Así México habría de transformarse en fuente de inspiración y punto de referencia para otras naciones emergentes.
Los escenarios en 2013 parecían muy favorables. Arrancamos el año con un pronóstico de crecimiento de 3.5% del PIB, estabilidad macroeconómica, una inflación bajo control, un alto nivel de reservas internacionales (herencia de los gobiernos panistas), la estabilidad política y, sobre todo, por la expectativa positiva que generaba el Pacto por México sobre la posibilidad de articular acuerdos partidistas para romper con la maldición de los dos sexenios anteriores: un gobierno sin mayorías está condenado a la parálisis.
Todo esto se topó con una dura y desafiante realidad. Estados Unidos, principal mercado de las exportaciones mexicanas, cayó en un bache económico ante los desacuerdos entre demócratas y republicanos con respecto al techo de la deuda que llevaron a ese país al borde de la suspensión de pagos.
A ello se sumó una larga curva de aprendizaje de la administración de Peña Nieto que, lejos de lo que se vendió hábilmente en el marco de la campaña de 2012 (el PRI “sí sabe gobernar”), no tuvo la visión para liberar oportunamente el gasto público con objeto de dinamizar el mercado interno y convertirlo en motor del crecimiento para contrarrestar el impacto negativo de los factores externos.
Las consecuencias: México cerró el 2013 con un crecimiento de apenas 1.1% del PIB. No se cumplió la promesa del “momento mexicano”.
2014 muestra mejores perspectivas y se habla ya de un “segundo momento mexicano”. Los pronósticos de crecimiento del PIB para este año oscilan entre 3.5 y 4%. El mayor factor de aliento radica no sólo en la expectativa de un mayor crecimiento de la economía mundial, sino también en el aterrizaje de las reformas estructurales.
Sin embargo, el panorama no resulta todavía claro. La reforma en materia de telecomunicaciones sigue entrampada en una lucha encarnizada entre los monopolios que controlan el sector de la televisión. La “madre de todas las reformas”, la energética, se encamina hacia un punto de colisión con los sectores izquierdistas y populistas.
El Pacto por México parece que agotó su misión de alinear a distintas fuerzas políticas hacia el logro de reformas estructurales clave para el progreso del país.
La posibilidad de un “segundo momento” mexicano dependerá, ahora, además del rumbo de la economía mundial, sobre todo de la de Estados Unidos nuestro principal socio comercial, de la generosidad, responsabilidad y visión de la partidocracia y de sus representaciones legislativas para hacer efectivo en la definición de las leyes reglamentarias, el espíritu y la intención profunda de las reformas estructurales.
Es la hora de presionar, desde los espacios con que contamos los ciudadanos, para obligar a las fuerzas políticas a ponerse de acuerdo en una ruta que favorezca los intereses del país por encima de sus agendas particulares. Es momento de apoyar el Presidente Peña Nieto en esta batalla.