Vivimos inmersos en la prisa, en la sensación de que el tiempo no alcanza para atender todos los temas complejos de este mundo complicado. Culpamos de ello a la tecnología: al celular, a la mensajería digital, a Internet, a las redes sociales, a la globalización de la vida diaria, entre otros. Lo cierto es que estamos sumergidos en un cortoplacismo que nos impide entender el futuro: qué sigue, cómo podemos mejorarlo, cómo podemos ser mejores antepasados, cómo lo afectamos.

Algunos historiadores aseguran que el pensamiento cortoplacista tiene sus raíces en el invento del reloj, esto es, nace a partir de que el tiempo empezó a medirse y dividirse en pequeñas fracciones. Así, los relojes del siglo XIV medían cada hora, en el siglo XVIII medían cada minuto y para el XIX medían los segundos.

En nuestros días, la velocidad de las operaciones bursátiles alrededor del mundo impacta la inmediatez y velocidad del día porque se dan en nanosegundos. También afecta la cantidad y velocidad de las noticias en Internet, la mensajería y las redes sociales.

Estamos imbuidos en una constante distracción digital y en un “cortoplacismo frenético”, asegura el filósofo australiano Roman Krznaric, que nos comparte su visión sobre el tema (https://bbc.in/3qy40Z4).

Y, ¿qué problemas trae el cortoplacismo? Principalmente dos: la imposibilidad de tener el tiempo y la disposición para identificar las causas profundas y remotas de los retos que enfrentamos, y la “colonización” del futuro, esto es, trasladarle indebidamente a las futuras generaciones los errores de las actuales generaciones.

De ahí que surge el “pensamiento Catedral” como una opción. Para entender el concepto, debemos abocarnos al contexto de la construcción de las antiguas catedrales. Quienes las imaginaron y decidieron construirlas, así como quienes las diseñaron y participaron en su edificación, lo hicieron sabiendo que no vivirían para verlas terminadas, pero aún así decidieron hacerlo para impactar el futuro, para trascender y ser buenos antepasados.

Se calcula que la catedral de Canterbury acumuló un esfuerzo de 900 años de obras de construcción y ampliación. Otros ejemplos con la Muralla China o las construcciones prehispánicas en Latinoamérica.

Teniendo en cuenta este contexto, el pensamiento Catedral “consiste en la capacidad de concebir y planificar proyectos con un horizonte temporal amplio, de varios años, incluso décadas o siglos. Se trata de hacer algo con una visión a muy largo plazo, pensando en un tiempo en el que quizás ya no se esté en el mismo lugar o, incluso, ya no se esté vivo, pero que las gentes de ese momento puedan disfrutar o beneficiarse de las acciones que hayamos decidido tomar en el presente (https://bit.ly/3bOmbG7).

¿Por qué es importante el futuro y el pensamiento Catedral? Porque hay muchos temas que rebasan el ciclo de vida de los humanos, pero que las decisiones presentes la pueden complicar seriamente. Tener una perspectiva más amplia contribuye a que seamos más responsables y solidarios.

El pensamiento Catedral nos ayudaría a abordar con mayor decisión y compromiso el cambio climático, por ejemplo. O tener mejores respuestas ante los desafíos globales como los fenómenos de la actual pandemia y la desigualdad mundial.

Hay varios esfuerzos en este sentido. En Japón hay un movimiento denominado ¨Diseño Futuro¨ que defiende el derecho de las generaciones futuras a ser consideradas en las decisiones actuales. Se plantea como una reivindicación democrática a favor de proteger a las futuras generaciones.

El pensamiento Catedral puede ser una inspiración para abordar problemas no resueltos del pasado y una oportunidad de romper barreras para respetar los derechos de las nuevas generaciones a través de impulsar nuevas fronteras para las respuestas cortoplacistas a partir de la reinvención, la disrupción o la innovación ambiciosa de un futuro más justo y con mejores oportunidades para todos. Replantear el debate público pensando en nuestra aportación a las futuras generaciones, puede inspirarnos a encontrar nuevas fórmulas de colaboración y solidaridad humana, porque el rumbo que llevamos no parece ser el correcto.