Platicando con una amiga, me decía, “nunca pensé que íbamos a vivir un momento así”. Lo que surgió como una crisis sanitaria en una región de China (Wuhan), se ha convertido en una pandemia global que ha hecho pedazos todos nuestros referentes y todas nuestras certezas.
Como generación habíamos sido testigos de una prosperidad no conocida en la historia de la civilización humana, de avances tecnológicos inimaginables. Hoy, un virus que se expande sin reconocer fronteras nacionales, clases sociales, sistemas políticos, nos tiene recluidos en nuestros hogares.
De acuerdo al Centro de Ciencias e Ingeniería de la Universidad Johns Hopkins, que ha instalado la base de datos más precisa para el seguimiento de la pandemia a nivel global, existen al día de hoy 981 mil personas infectadas en el mundo, encabezando la lista Estados Unidos con 226,374 personas, Italia 115,242 y España 110,238. En estos dos últimos países han fallecido casi 24 mil personas, mientras que el pronóstico para nuestro vecino del norte es devastador: se espera que mueran casi 240 mil personas en el escenario más pesimista.
La crisis económica que se avecina no tiene precedentes: a nivel internacional quebrarán miles de empresas de todos los tamaños y de todos los sectores, se perderán casi 25 millones de empleos de acuerdo con la OIT, la recuperación tardará quizás años generando con ello vulnerabilidad, pobreza y un enorme sufrimiento para muchísimos seres humanos.
En una charla que ofreció para la plataforma TED Talks en 2015, el fundador de Microsoft y filántropo Bill Gates, advertía de que la mayor amenaza a la que se enfrentaba la humanidad no era un misil ni una bomba nuclear, sino un microbio que pudiera provocar una enfermedad infecciosa. Ese pronóstico terrible, es hoy una realidad.
El coronavirus y su durísimo impacto, obligarán a revisar muchas cosas, porque no podemos salir de esta crisis sin implementar cambios profundos a todo: las redes de cooperación internacional en materia sanitaria para enfrentar como un colectivo global este tipo de contingencias, el papel y compromiso ético de las grandes empresas químico farmacéuticas que concentran la mayor capacidad en investigación y desarrollo de nuevos medicamentos.
Bill Gates propone, por ejemplo, que los países se pongan de acuerdo para crear fábricas de vacunas con financiación público-privada. ¿Lo podemos hacer? Claro que podemos, si cambiamos los mapas mentales de gobiernos y empresas y le damos prioridad a lo verdaderamente importante: la vida de la gente.
Esta revisión profunda involucra también a los estados nacionales que deberán contar con recursos presupuestales para apoyar, sobre todo, a las pequeñas y medianas empresas, que son las mayores creadoras de empleo, y para implementar programas masivos de recuperación económica y productiva como ocurrió durante la gran crisis de 1929-32.
En la perspectiva de que lo más importante es la población, será obligación, también, de los estados nacionales, contar con sistemas de protección social (seguros de desempleo, esquemas de transferencias económicas y apoyos en especie a los grupos sociales que están en la base de la pirámide social), acceso universal a la salud con infraestructura hospitalaria de calidad.
Me consternan las imágenes de lo que sucede en Italia y España: adultos mayores muriendo en la más absoluta soledad, vehículos del ejército conduciendo decenas de cadáveres hacia los crematorios. En Ecuador, la gente abandonando cuerpos en las calles.
Y me pregunto: ¿hay esperanza? Yo creo que sí, si le damos prioridad a lo verdaderamente importante: no a los mercados, no a las desmedidas ganancias de las bolsas de valores, no a los impresionantes logros científicos tecnológicos si estos no se traducen en mayor bienestar colectivo, no a una sociedad volcada hacia el consumismo, el éxito personal y la soledad de las redes sociales, no a una conversación pública que sólo nos polariza y divide.
Sino a los seres humanos, la razón de ser de todo: la prosperidad económica, las políticas públicas, la democracia, la vitalidad del tejido social. Hablo de personas con rostro y con nombre cuya vida es un proyecto irrepetible.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos? Lo que nos toca en este momento: respetar la instrucción de quedarnos en casa, solidarizarnos con nuestra propia comunidad, comprando a los pequeños negocios y apoyando a los más vulnerables, adultos mayores y personas con discapacidad en nuestra calle y nuestra colonia, para proveerles alimentos y medicamentos. Es la hora de la solidaridad.