En una reciente conferencia mañanera, Carlos Slim dijo algo que generó sorpresa e inquietud: “estamos ante una situación en la que el crecimiento puede ser cero, pero eso no es lo importante”. ¿Quiso quedar bien con el Presidente? ¿Es producto de una nueva visión social del connotado empresario? ¿Es indicio de una creciente empatía de los hombres del dinero con AMLO?
Sin ánimo de polemizar con el dueño de Grupo Carso, pero el crecimiento sí importa, y mucho, porque genera empleos, mayor recaudación fiscal, inversiones productivas, movilidad social, reduce la pobreza; el crecimiento detona círculos virtuosos.
El mismísimo subgobernador del Banco de México, Gerardo Esquivel, un destacado economista simpatizante de la 4T, así lo ha reconocido: “no se debe menospreciar el tema del crecimiento económico del país, pues sin éste tampoco habrá desarrollo”, aunque llama, también, con justa razón, a que este crecimiento distribuya mejor sus beneficios.
Nadie podría poner en duda la razón moral de la crítica de AMLO a la economía liberal: ésta, lejos de reducir la pobreza y generar condiciones de mayor equidad ha profundizado la injusticia social y la concentración de la riqueza en pocas manos.
Sin embargo, el camino no es quebrar las reglas e instituciones de la economía de mercado, sino regularlas socialmente para crear prosperidad y oportunidades para todos.
El gran motor de la economía mexicana es la inversión privada la cual precisa de condiciones de confianza y de un entorno de certidumbre jurídica.
Este gobierno empezó rompiendo estos requisitos esenciales con la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM) sin argumentos jurídicos y económicos convincentes. La que estaba llamada a convertirse en una de las obras de infraestructura más emblemáticas de este sexenio, fue desechada a partir de prejuicios ideológicos y acusaciones de corrupción sin evidencia.
El NAIM iba a tener un efecto multiplicador en las inversiones, los negocios, la conectividad, el turismo. Todo ello se perdió por la idea del Presidente de enviar un mensaje político sobre la fortaleza de su liderazgo y su decisión de romper con un estilo de gobierno pernicioso, como el de Peña Nieto, caracterizado por el uso del poder político para sustraer recursos públicos con fines privados.
Desde su arranque, la Administración de López Obrador ha enviado señales contradictorias a los inversionistas; sin embargo, ha mostrado también una gran ortodoxia económica que se refleja en su compromiso con la salud de las finanzas públicas, algo que debemos valorar.
Es cierto que a la izquierda no le ha ido bien en América Latina en lo que respecta al manejo responsable de la economía (los Kirchner dejaron un desastre en Argentina, igual que Lula en Brasil, el chavismo en Venezuela y el castrismo en Cuba). Hoy, un gobierno identificado con esta corriente política en México le apuesta a la disciplina fiscal. Bien.
El gran dilema a lo largo de estos primeros meses, ha sido la falta de confianza del sector privado. Abundaban las declaraciones de los empresarios con respecto a su decisión de trabajar al lado del gobierno de López Obrador, había mucha retórica y mucha escenografía, pero lo cierto es que el dinero no estaba fluyendo.
Esta semana tuvimos una noticia refrescante y positiva que, esperamos, marque un parteaguas.
Se trata del acuerdo entre el gobierno federal y cuatro empresas sobre los contratos de construcción de gasoductos en el país, que evitó un largo y costoso litigio en tribunales internacionales, que pudo haber obstaculizado la firma del tratado comercial con EEUU y Canadá, y que permitirá a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) obtener un ahorro de 4,500 millones de dólares.
Es una medida importante en la ruta correcta, pero todavía falta.
Un López Obrador pragmático supo escuchar al sector más moderado de su gabinete y superar la confrontación con los inversionistas que hubiera tenido gravísimas consecuencias para el país.
Ojalá esto marque una tendencia en la construcción de esa certeza que estaban aguardando los capitales para participar de lleno en los proyectos estratégicos del actual gobierno e inyectarle recursos a la recuperación económica del país, porque sin crecimiento no habrá 4T.