El mes de julio de 2023 ha dejado una huella imborrable en la historia climática de nuestro planeta. No solo ha sido un mes de calor intenso, sino que ha marcado un hito aterrador: estamos presenciando el paso de la era del calentamiento global a la era de la ebullición global. António Guterres, secretario general de la ONU, ha emitido una advertencia que no podemos ignorar: “Todavía es posible limitar el aumento de la temperatura global a 1.5 °C, pero solo con una acción climática contundente e inmediata” (bit.ly/43VHQDH).

El calentamiento extremo que hemos experimentado este julio es una confirmación sombría de las predicciones y advertencias que los científicos han compartido durante años. Aunque no es sorprendente que el cambio climático esté causando estragos, lo alarmante es la velocidad a la que estos cambios se están manifestando. Los patrones climáticos erráticos y extremos son señales inequívocas de que la influencia humana en el clima es innegable.

Las consecuencias son palpables. Para vastas regiones de América del Norte, Asia, África y Europa, este verano ha sido despiadado. Pero no es solo una cuestión local, es un desastre global. Los culpables son claros: nosotros, los seres humanos, somos responsables de esta crisis. La quema de combustibles fósiles y la inacción climática han llevado a esta encrucijada. No podemos permitirnos el lujo de esperar más. Es hora de que los líderes políticos tomen medidas audaces y decisivas.

Enfrentamos un aire irrespirable y un calor insoportable. En julio de 2023 se rompió el récord del mes más caluroso registrado en la Tierra, con 0.33º C, más que el anterior establecido en julio de 2019, de acuerdo al observatorio europeo Copernicus.

“La temperatura media de la Tierra ha superado su último récord durante 30 días consecutivos, el océano lleva cuatro meses más caliente de lo habitual y la extensión de mar helado en la Antártida está en mínimos históricos pese a ser invierno en el hemisferio sur” (bit.ly/3Yy5xAU).

China ha experimentado una temperatura nacional récord de 52.2 °C. En Chile, a pesar de ser invierno en el hemisferio sur, se han alcanzado temperaturas récord de 37 °C. Hermosillo, en México, ha tenido las temperaturas más elevadas de los últimos 58 años en julio. Estos son solo ejemplos de un patrón que se está extendiendo por todo el mundo.

La temperatura del océano también ha estado en el centro de este cambio. Las aguas superficiales del océano han estado más cálidas de lo normal durante meses, afectando los ecosistemas marinos y el clima en general. Aunque se habla de las influencias de El Niño y otros factores, es innegable que nuestras acciones están dejando una marca profunda en nuestros océanos.

Es esencial comprender que estas no son catástrofes naturales inevitables. Son resultados directos de nuestras elecciones y acciones pasadas. Tenemos la responsabilidad de revertir esta tendencia. La urgencia no puede ser más clara: necesitamos una transformación radical en la forma en que producimos energía, consumimos recursos y gestionamos nuestros sistemas.

Los líderes políticos deben liderar esta lucha. Ya no hay margen para dudas ni excusas. La crisis climática exige acción inmediata y audaz. Necesitamos políticas que fomenten las energías renovables, impulsen la eficiencia energética y reduzcan drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero.

Es hora de tomar medidas. El cambio climático no es un problema futuro; es uno urgente y actual. Debemos trascender las barreras políticas y nacionales para enfrentar este desafío como una comunidad global. No permitamos que nuestro legado sea un planeta agotado y amenazante para las generaciones venideras. La decisión está en nuestras manos, y el tiempo se agota.