A un año de iniciada la pandemia, los estragos en la salud y la economía son evidentes y profundos. A estos daños se empiezan agregar otros más, muchos relacionados con aspectos de la salud mental por el necesario aislamiento social y las decisiones relacionadas para mantener en operación a un planeta que no puede parar. Destacan los casos de la educación virtual y el trabajo en casa.
Todos los días se difunden nuevos aspectos negativos por el covid-19 y estudios que empiezan a dimensionarlos. Terribles las conclusiones de todos ellos.
Frente a esto, la creación de varias vacunas para inmunizar a las personas fue una noticia que llenó de optimismo sobre el futuro a todos. De pronto pensamos que la salida de la tragedia estaba pronta. Ahora nos estamos enterando de una desconcertante respuesta: sí y no.
Sí es una salida porque si se logra vacunar al menos un 70% de la población mundial, se obtendría una inmunidad de “rebaño” que detendría la cadena de contagios. Sin embargo, esta meta no es tan fácil.
Enfrenta varios desafíos que ahora entendemos no son nada fácil vencer: la autorización de organismos reguladores de diferentes países de varias vacunas con complejos y diferentes procesos de creación, la fabricación y distribución de vacunas a todos los países y dentro de estos, la aplicación de las vacunas a la población en el interior de cada territorio, entre otros aspectos.
Todo ello en el marco de una creciente presión económica y social por la necesaria reapertura de actividades productivas y la vida comunitaria.
Lo que queda claro es que la deseada solución de la vacunación no será una alternativa inmediata ni fácil de manejar. Los programas de vacunación nacionales serán de duraciones diferentes en tiempos y resultados. De ahí la pregunta de cómo manejar los avances logrados para ir abriendo la economía y la movilidad, sin tener que esperar a lograr la meta de la inmunidad de “rebaño”. Y una respuesta es la creación de un Pasaporte de Salud para acreditar a quienes están vacunados.
Pareciera fácil la solución, pero esta opción ha generado un importante debate a favor y contra por la preocupación de que su uso agrave desigualdades entre personas y naciones.
Quienes están a favor ven los beneficios de ir recuperando la normalidad, permitiendo abrir áreas de la economía que cuenten con trabajadores inmunizados, ayudar a recuperar los daños en la educación al permitir abrir escuelas donde los maestros y los alumnos estén libres de riesgo, contribuir a la recuperación de sectores económicos muy dañados, como la industria turística, de servicios y área, entre otras. También ayuda a motivar a que más personas opten por vacunarse.
Sin embargo, los aspectos negativos empiezan a cuestionar una solución de este tipo. Hay quienes están preocupados por las limitaciones a las libertades para quienes no han sido vacunados (por razones ajenas a su voluntad o por oponerse a ello), la falsa seguridad que daría a quienes lo tuvieran porque quienes lo porten pueden ser transmisores del virus o no ser inmunes a las nuevas variantes que seguramente aparecerán y ser peligrosos propagadores, la dificultad para procesar las diferentes tipos de vacunas y sus efectividades, las complicaciones legales en cada país y las diferencias entre las legislaciones y normativas entre países para tener un estándar internacional ante las prioridades en competencia y las especificaciones con las que todos los países estén de acuerdo (https://bit.ly/2RbfxS5).
Hay otras aspectos complejos a considerar: en caso de que fuera un registro en una base de datos internacional, habría retos importantes en materia de privacidad de la información personal y acceso a la misma, pues no todos tienen conectividad digital. A ello hay que agregarle los riesgos de falsificación y el fomento de la ilegalidad en el tráfico de las personas que requieren viajar.
Aunque nos pueda, está claro que la finalización de las restricciones de la pandemia no se darán en el corto plazo, ni en el mundo desarrollado frente a los retos de ponerse de acuerdo, ni en nuestro país, donde se suma la lentitud en el programa de vacunación. Aunque falta menos para salir de esta terrible historia, lo cierto es que será por lo menos uno o dos años más. Así que hay que armarse de paciencia.