Es muy doloroso lo que estamos viviendo. Como lo ha señalado el destacado médico Arnoldo Kraus “el virus se ha adueñado de la palabra: ha destrozado la brutal normalidad y ha sumido en un callejón sin salida a nuestra especie”.
Los medios están llenos de imágenes de personas contagiadas a quienes sus familiares llevan de un hospital a otro, buscando desesperadamente atención; de médicos y enfermeras exhaustos, ya sin energías para seguir luchando en la primera línea de atención al Covid-19.
Alarman las versiones de que ya no solo escasean las camas con ventilador, sino de que ya no hay personal capacitado para el manejo de enfermos en estado crítico y que está fallando el suministro de algunos medicamentos.
Mientras tanto el presidente López Obrador sale de gira a Oaxaca para realizar eventos absolutamente prescindibles donde mantiene un estrecho contacto físico con la gente … sin usar cubrebocas, algo a lo que se ha negado sistemáticamente enviando con ello un mensaje erróneo a la población: “no se requiere usar cubrebocas, porque no protege de la pandemia”.
La pésima pedagogía presidencial costará vidas, que se sumarán a las casi 116 mil que ya ha generado una explosiva combinación entre una estrategia sanitaria caótica y limitada, y una ciudadanía irresponsable que, ante los tímidos llamados oficiales, se niega a quedarse en casa, practicar el distanciamiento social y usar cubrebocas.
Estamos viendo las consecuencias de una reapertura desordenada de las actividades económicas, pero también de la falta de visión y voluntad del gobierno federal para otorgar apoyos, como un ingreso básico, a la gente que se quedó sin empleo o a la que labora en condiciones de alto riesgo.
Imposible contener en su casa a esos millones de mexicanos; para ellos el “quédate en casa” carece de sentido, es gente que si no trabaja no come. El gobierno les negó la posibilidad de contar con una red de protección social porque se priorizó la “austeridad republicana”, porque prevaleció una obsesión por los equilibrios fiscales, cuando lo más importante era proteger la vida de las personas.
La Ciudad de México se ha convertido en el epicentro de la pandemia por el gran número de contagios y fallecimientos. El gobierno local ha iniciado la aplicación de pruebas y el uso de medios digitales como códigos QR a la entrada de establecimientos comerciales, para que quienes a ellos acuden puedan saber si coincidieron con personas portadoras de SARS-CoV-2, sin embargo los contagios siguen a un ritmo incontenible.
Los hospitales de la capital del país, tanto públicos como privados, están totalmente rebasados, mientras la gente sigue desafiando el llamado a evitar las aglomeraciones. Por razones políticas, se ha obligado a la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, a no reconocer que la CDMX ha entrado a semáforo rojo, ya que ello implicaría aplicar medidas severas para frenar de nueva cuenta la vida económica y social de la mayor concentración urbana del país con impactos impredecibles.
Mientras tanto, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2020, que estuvo enfocada en el Covid-19, nos ha puesto de frente al tamaño de esta pandemia: 25% de los mexicanos, es decir, casi 31 millones de habitantes, presentan anticuerpos contra el Covid. ¿Qué quiere decir esto? Que todos esos millones de mexicanos ya estuvieron enfermos. El 70% no mostró ningún síntoma. Esas 21.7 millones de personas contrajeron el virus en algún momento, no se enteraron y fueron por la vida contagiando a los demás.
A pesar del momento crítico que estamos enfrentando, el gobierno federal cuenta con un consenso muy aceptable. 6 de cada 10 mexicanos aprueban la gestión oficial de la emergencia sanitaria de acuerdo con la última encuesta de Consulta Mitofsky.
La administración del presidente López Obrador está obligada a honrar esa confianza de los ciudadanos, llevando a cabo un proceso de vacunación contra el SARS-CoV-2 en tiempo y forma, exento de cualquier cálculo político, abierto a la mirada de todos.
La vacunación será todo un desafío por el tamaño de la población a atender (cerca de 110 millones de personas), la diversidad geográfica y social del país y la probada insuficiencia operativa del gobierno. Para ello, entonces, no bastará con la participación del Ejército, sino que tendrá que establecerse una estrecha coordinación con el sector privado y con los gobiernos estatales, independientemente de su filiación partidista.
Si el gobierno falla y no logra un marco mínimo de eficacia en una tarea tan importante, si trata la vacunación no como un tema de salud sino de capital político, todos pagaremos las consecuencias y el costo se medirá en un mayor número de muertes.
Es la hora de que las autoridades dejen atrás los razonamientos políticos de la pandemia y trabajen por lo verdaderamente importante: la vida de las y los mexicanos.