El impacto de la crisis generada por el Covid-19 está generando un ánimo social muy negativo.
De acuerdo con la más reciente encuesta de GEA-ISA, 63% de los mexicanos opina que la situación económica de su familia es mala o muy mala, y 74% desaprueba las acciones que ha realizado el gobierno de López Obrador para atender la crisis.
Habrá quienes sospechan de un cierto sesgo anti 4T de esta consultora, por lo cual me permito citar los datos de la encuesta de Alejandro Moreno para el periódico El Financiero, un investigador conocido por su visión imparcial y equilibrada. No le va mejor al gobierno de AMLO: 65% de los mexicanos califica negativamente la atención a la emergencia económica. La sociedad está preocupada e irritada por el deterioro de sus condiciones de vida, por la pérdida de sus fuentes de ingreso, por el cierre de los caminos a la movilidad social, causados principalmente por la pandemia que padecemos.
El Banco Mundial reporta que 75 países en el mundo están otorgando apoyos directos para proteger el mayor número de puestos de trabajo ante la crisis por el Covid-19, como subsidios a la nómina, exención del pago de cuotas patronales, beneficios para Pymes, seguros de desempleo y bonos para trabajadores del sector informal.
México no está en la lista, porque su decisión fue la de inyectar el mínimo de recursos para la reactivación económica (apenas 0.4% del PIB), sin importar que esto se tradujera en cierre masivo de empresas, un deterioro de las condiciones de bienestar de millones de mexicanos y, eventualmente, un crecimiento de la pobreza.
Para establecer un punto de contraste: en programas contracíclicos Chile está invirtiendo 6.9% de su PIB, EU 14.8%, Perú 17.0%, Alemania 36.0%, por solo citar algunos ejemplos. Sus gobiernos de “derecha” están instrumentando soluciones keynesianas, utilizando el poder de intervención del Estado para contener la crisis y sentar bases para la recuperación.
En México, el gobierno de la 4T, actuó en sentido precisamente opuesto, acotando al máximo la intervención estatal con el argumento de la “austeridad republicana”. El impacto de esta decisión tendrá un efecto negativo que habrá de reflejarse en una caída que puede llegar a 10% del PIB y en secuelas que podrían derivar en una nueva “década perdida”.
La crisis ya nos está pegando de lleno: de acuerdo con la organización México, ¿Cómo Vamos?, de marzo a mayo se han perdido 12.2 millones de empleos en el país. La población ocupada que gana menos de un salario mínimo se ha incrementado, mientras que la de mayores ingresos ha disminuido.
El deterioro económico está incidiendo en una reducción de la aprobación al presidente; es el tema que más preocupa a la gente y será factor en el proceso electoral 2021. Urge recuperar la senda del crecimiento.
López Obrador lo sabe bien y de ahí su visita a EU, que busca anclar la economía mexicana al T-MEC y vincular a nuestro país al tren de un eventual repunte del vecino del norte. No parece una apuesta descabellada: la guerra comercial de EU con China habrá de incidir en la relocalización de inversiones y México despunta como una alternativa muy atractiva para las empresas estadunidenses que decidan salir del gigante asiático.
En la cena que tuvo lugar en la Casa Blanca, el pasado miércoles, en el marco de la visita de AMLO a EU, convergieron empresarios de primer nivel de ambos países. Ahí se expresó el interés de los hombres de negocios estadounidenses por traer su dinero a México, lo cual ha generado un sentimiento de euforia y triunfalismo en los círculos oficiales de nuestro país.
Sin embargo, todo puede quedar en solo una foto para el recuerdo si el gobierno de AMLO no avanza en la creación de condiciones favorables a la inversión privada en el país porque, hasta el momento, lo que ha hecho es precisamente lo contrario: minar la confianza de la iniciativa privada a partir de decisiones contrarias al Estado de derecho y la libre empresa.
Sobran evidencias de este clima adverso: México quedó fuera del Índice de Confianza de Inversión Extranjera Directa de Kearney, que valora la situación de 25 países, mientras que la inversión fija bruta, de acuerdo al INEGI, cayó 37.1% en abril, la mayor contracción en su historia. Un signo claro de la incertidumbre prevaleciente.
Debemos evitar el exagerado optimismo con respecto a los resultados de la visita a EU y calibrar bien oportunidades y riesgos, porque falta mucho por hacer para que México sea un destino más atractivo para la inversión privada. Pero fue un buen avance, sin duda.