Después del desastroso comportamiento de la economía en 2019 (un decrecimiento de -0.1%), la interrogante que flota, no solo en los medios financieros sino en el ciudadano de a pie, es si el gobierno federal logrará revertir la desaceleración y hacer que México genere más riqueza.
Ante el anuncio oficial del INEGI en el sentido de que el anterior fue un año perdido, el Presidente ha dicho, siguiendo una línea de argumentación que ha expuesto reiteradamente, que el crecimiento no es lo más importante, porque en México hay desarrollo y bienestar.
No cabe duda que hay avances importantes, como el crecimiento real del salario mínimo, el incremento de las pensiones a adultos mayores y personas con discapacidad, la entrega masiva de becas a estudiantes de escasos recursos.
Todo esto puede ser plausible; sin embargo, es a todas luces insuficiente para mejorar de manera sostenida la calidad de vida de las y los mexicanos; es poco para transformar estructuralmente las condiciones de pobreza que afectan a prácticamente la mitad de la población.
De acuerdo con las Naciones Unidas, y así lo confirma la experiencia internacional, la superación de la pobreza depende no de un conjunto aislado de programas, sino de estrategias integrales que contemplan inversiones sostenidas en educación y salud de calidad, generación de empleo digno y suficiente, combate a la desigualdad social, étnica y regional, sistemas de protección social universal y, por supuesto, crecimiento sostenido que permita contar con recursos fiscales suficientes para financiar un entramado tan complejo de iniciativas públicas.
La economía importa, y mucho. Los países más exitosos en materia de superación de la pobreza, son aquellos que han logrado un crecimiento sostenido: China ha sido un caso destacable, ya que ha sacado a cerca de 300 millones de personas de la pobreza gracias a sus tasas de crecimiento de dos dígitos; en esta misma línea se encuentra la India.
Y México no sólo no está creciendo, sino que la política social que implementa la actual Administración muestra enormes limitaciones y un sesgo asistencial. Al paso que vamos, de mantenerse el estancamiento económico, muchos de los programas como el de pensiones para adultos mayores -un sector de la población que muestra un crecimiento demográfico expansivo- serán financieramente inviables en el mediano plazo.
¿De dónde podrían provenir los recursos que precisa este gobierno no sólo para financiar su entramado de programas sociales, relanzar Pemex y hacer realidad sus grandes proyectos de infraestructura pública?
Sólo hay tres fuentes posibles si no crece el pastel, es decir si no hay crecimiento: 1) El gobierno tendría que seguir por la misma vía de reasignar recursos, aún y cuando cree desabasto en sectores clave como el de la salud. 2) Implementando una reforma fiscal, una alternativa que parece cada vez más necesaria y atractiva, pero políticamente delicada, y que choca con el compromiso del Presidente de no elevar impuestos; 3) Contratando más deuda, algo que el gobierno mismo ha rechazado.
Por todo lo anterior, y por más que el Presidente diga lo contrario, México necesita crecer.
2020 no presagia un panorama muy optimista, puesto que ante el objetivo de la Secretaría de Hacienda de un crecimiento de 2%, bancos, consultoras y encuestas ya redujeron la cifra a entre 0.6 y 1.3%.
No obstante, de acuerdo al “indicador adelantado” publicado por el INEGI, el cual señala con cierta precisión las tendencias futuras de la economía, va al alza, lo que habla de una posible recuperación.
Dicho indicador se compone de las siguientes variables: el índice de precios de la Bolsa Mexicana de Valores; el índice Standard & Poors de la bolsa de Nueva York; la tendencia del empleo manufacturero; la tasa de interés interbancaria (TIIE), el tipo de cambio frente al dólar y, aquí viene el problema, el índice de confianza empresarial que elabora el propio INEGI.
Sin embargo, el índice de confianza empresarial cayó por sexto mes consecutivo, lo que habla de que prevalece el distanciamiento entre el gobierno y los inversionistas.
El Presidente debe entender que la palabra “confianza” es hoy la palabra clave para detonar las inversiones privadas, y esto exige dejar atrás la confrontación y enviar señales de certeza a empresarios y mercados, dejar de presumir “otros datos” y asumir con seriedad y responsabilidad las estadísticas oficiales.