El discurso pronunciado por el presidente López Obrador en Palacio Nacional sobre su Primer-Tercer Informe de Gobierno, no ofreció sorpresas ni anuncios espectaculares.
Nada que no hubiera anunciado ya a través de sus conferencias mañaneras o de su intensa agenda de giras a las entidades federativas. Este pasado martes, por cierto, AMLO estuvo aquí, en Sonora, para llevar a cabo la reunión del Gabinete de Seguridad y una reunión con los padres de los niños afectados con el incendio de la Guardería ABC.
Quisiera hacer énfasis, en primer lugar, en la escenografía: el mensaje tuvo lugar en un recinto cerrado con invitados a modo que interrumpieron en repetidas ocasiones al presidente para aplaudirlo. ¿No habíamos visto esto ya en los regímenes anteriores? ¿No se pudo haber ensayado un nuevo formato que refrescara el acartonado estilo de los informes presidenciales?
Siento que faltó modestia, una actitud más autocrítica.
El presidente dedicó varios párrafos al combate de la corrupción que forma parte central, en sus propias palabras, “de su plan de gobierno”. Para concretar esta tarea pienso que un paso muy importante sería consolidar instrumentos como el Sistema Nacional Anticorrupción que no goza del aprecio de este gobierno.
Por otra parte, hay que darle mayor autoridad a la Auditoría Superior de la Federación (ASF) para que las denuncias que presenta ante las instancias judiciales deriven, efectivamente, en acciones penales contra aquellos funcionarios que incurren en desvío o mal uso de recursos públicos.
Durante el gobierno de Peña Nieto, 96% de las querellas presentadas por la ASF ante la PGR, hoy Fiscalía General de la República (FGR), se mandaron a la congeladora.
Si bien el ejemplo del presidente y su retórica anticorrupción son importantes para fortalecer un comportamiento ético en servidores públicos y ciudadanos, se requieren andamiajes institucionales y procesos más eficaces de procuración de justicia. De otra manera, seguirá prevaleciendo la impunidad.
Me gustó mucho y concuerdo plenamente con una de sus frases que me parece tiene una enorme fuerza retórica y que es congruente con la convicción y la visión del presidente: “la apuesta por el progreso material sin justicia es políticamente inviable y está condenada al fracaso”.
Una de las mayores fuentes de malestar social en las sociedades contemporáneas, es la concentración de la riqueza en unas cuantas manos y la ausencia de mecanismos de inclusión para las grandes mayorías.
Así lo ha comprendido AMLO y de ahí el vasto aparato de programas de apoyos monetarios directos a grupos vulnerables: adultos mayores, personas con discapacidad, jóvenes, campesinos, que el presidente destacó en el marco de su informe como la materialización de su compromiso con los pobres.
Sin embargo, como lo han señalado Animal Político y Transparencia Mexicana, estos programas carecen de padrones verificables y de una plataforma de información pública que permita darles seguimiento.
El presidente debe comprender que dotar a estos programas de una adecuada institucionalidad, no solo permitirá reforzar la lucha contra la corrupción, sino que abonará a una mayor eficacia en su implementación.
Fue muy bien recibido su reconocimiento a los empresarios, “quienes están cooperando con mayor compromiso social: invierten, crean empleos, aceptan utilidades razonables y pagan sus contribuciones”. “La participación de la iniciativa privada en el desarrollo de México es necesaria y es una realidad”, dijo AMLO.
Estas señales de una mayor apertura hacia el sector privado, mandan un signo esperanzador de que puedan empezar a generarse las condiciones de confianza que demandan los inversionistas porque, a pesar de la voluntad del presidente, México está atravesando por un severo estancamiento económico en un contexto de marcada turbulencia internacional.
Dentro de los claroscuros lamento la afirmación del presidente de que sus adversarios, los “conservadores que se oponen a cualquier cambio verdadero, están moralmente derrotados”.
Con ello desdeña, nuevamente, a quienes no concuerdan con su estrategia de gobierno, confronta a los mexicanos y polariza el debate público cuando, lo que debe prevalecer, es la unidad nacional para enfrentar lo que él mismo reconoce como uno de los mayores retos: mejorar la seguridad, erradicar la violencia que, como lo vimos recientemente en Coatzacoalcos, adquiere manifestaciones cada vez más crueles en contra de ciudadanos indefensos.