El pasado lunes fuimos testigos de un acto en el Zócalo de la Ciudad de México donde el Presidente López Obrador celebró un año de aquel histórico triunfo del primero de julio de 2018, donde, con 30 millones de votos, lideró las expectativas de una sociedad ansiosa de cambios profundos.
Un discurso impecable desde la perspectiva de las reglas de la comunicación política: ordenado, emotivo, enfocado con precisión al corazón de sus simpatizantes duros.
Como han señalado diversos analistas, y lo comparto, se trató fundamentalmente de un evento político, orientado a reiterar las convicciones que animan al Presidente: que estamos ante un cambio de régimen para construir “una nueva patria”, que las transformaciones de la vida pública han sido profundas en estos meses y que son irreversibles.
El mensaje fue profuso en datos y el uso de esa numeralia estuvo dirigido a un solo propósito: demostrar que el país tiene al frente un liderazgo presidencial sólido y que se tiene muy clara la hoja de ruta.
Un Presidente que abusa de “tener otros datos”, fue esta vez mucho más pulcro con el uso de los indicadores.
Así lo demuestra un ejercicio realizado por el periódico El Financiero a través de una validación de las cifras económicas brindadas por AMLO en el evento del lunes pasado. 18 de 20 datos citados son correctos, entre ellos algunos tan importantes como los correspondientes a deuda pública, finanzas públicas, inversión extranjera, reservas internacionales, remesas, paridad cambiaria, índice de confianza del consumidor y precios de los energéticos, entre otros.
Y esto es, sin duda, muy sano, porque nos brinda un marco común para pulsar los avances y los retos que enfrenta el país. Cuando desde el poder se oculta la realidad entonces nos movemos sobre arenas movedizas, se rompe la certidumbre.
En otras palabras: contar con información veraz, especialmente de parte del Presidente, debe ser el sustento de todo debate y de toda reflexión constructiva. Es la base para democratizar la discusión y propiciar la participación de todos: ciudadanos, empresarios, expertos, sociedad civil. Celebramos este rigor y esperamos que ésta sea la tónica de hoy en adelante. Faltaría agregar al discurso otros datos importantes y no tan alentadores.
Valoramos la centralidad de lo social en el discurso del Presidente. Seis veces habló de los pobres en el marco de su intervención. Nadie puede cuestionar la urgencia de darle prioridad a los saldos sociales negativos del modelo económico. La pobreza ha fracturado el tejido social.
Como dice Jorge Zepeda Patterson, AMLO ha hecho que volteemos la mirada hacia el “México profundo, subterráneo, ése que nadie veía”, ése otro país dominado por la desesperanza y la falta de oportunidades. Fue precisamente en ese territorio social donde López Obrador forjó su victoria electoral; a él siente que se debe, ahí quiere desplegar su vocación misionera.
Esto explica los importantes recursos destinados a programas de transferencias monetarias para adultos mayores, personas con discapacidad, campesinos, jóvenes, estudiantes, aunque en condiciones de escasa transparencia y bajo mecanismos clientelares.
Plausible, sin duda, su férrea decisión de erradicar la corrupción (tarea que debe estar concluida para diciembre, en sus propias palabras), aunque no entienda todavía la importancia de hacerlo por la vía del fortalecimiento de instituciones como el Sistema Nacional Anticorrupción y el Poder Judicial, y no a través de golpes mediáticos o con la sola fuerza de su ejemplo personal.
Pendientes: sin duda hay muchos. Faltó un llamado a la unidad que haga que aquellos mexicanos que no votaron por él, se sientan, si no incorporados a su proyecto, sí respetados en sus convicciones e ideas. Por el contrario, AMLO llamó a radicalizar su movimiento y con ello a excluir a quienes no comparten la filosofía de la 4T. Con ello, abona a una mayor polarización social.
Casi al final de su mensaje, López Obrador reconoció que hace falta mejorar el sistema de salud pública, hacer crecer más la economía y reducir los niveles de violencia. Y qué bueno que así sea.
De acuerdo con una encuesta de junio de El Financiero, 66% de los mexicanos aprueba su trabajo como Presidente. No obstante, el consenso viene cayendo (era de 80% en enero). 72% opina que el país está igual o peor, aunque un porcentaje casi similar culpa de los problemas a los gobiernos anteriores.
Como dicen los expertos “el bono político es para gastárselo gobernando”. Pero el Presidente debe entender que no hay popularidad que dure para siempre, si no se resuelven eficazmente los temas más sensibles. Estos, están en la mesa.