Recuperar la política para los ciudadanos

Es la hora de asumir nuestro papel en la construcción de un México mejor.

El poder es el combustible de los partidos políticos por todo lo que éste significa: control de los presupuestos y de las capacidades para la recaudación de impuestos, dominio de las instituciones y los aparatos públicos (incluidos los relacionados con uso legítimo de la violencia, las policías y las fuerzas armadas), hegemonía de la representación política interna y externa, capacidades casi ilimitadas para la movilización social, prestigio personal y de grupo.

La lucha por el poder está en el ADN de los partidos políticos. Hay que conquistarlo a toda costa, es el clímax del éxito político. Pero en el caso mexicano, hemos sido testigos de un claro distanciamiento con respecto a las responsabilidades que significa tener el poder.

Los partidos se han olvidado que el poder se posee para algo, principalmente para producir bienes públicos. Olvidan que, gobernar, exige apegarse a códigos básicos de comportamiento: la honestidad, la rendición de cuentas, la búsqueda incansable de la virtud y la nobleza en el ejercicio de las funciones que los ciudadanos les han delegado a través de su voto.

Los partidos políticos se han convertido en meras máquinas electorales, en fábricas de mercadotecnia. Administran la cosa pública al margen de la sociedad, hablan y se comunican en un lenguaje cifrado que sólo ellos entienden, que resulta ininteligible para el mexicano de a pie.

No resulta casual, entonces, que los partidos estén a la cola en la confianza social. Pero esto es algo que no les importa, porque saben que es mínima la posibilidad de ser sancionados y llamados a cuentas en un sistema que sólo les otorga voz y capacidad de decisión a los ciudadanos cada tres o seis años.

En la proximidad de procesos electorales clave –el Estado de México, los comicios presidenciales de 2018–, los partidos políticos saturan los espacios de comunicación, se reclaman portadores de una renovada ética política, aseguran poseer soluciones a los retos que más preocupan a la gente; algunos, como Morena y sus líderes, prometen la inauguración de una nueva era de la vida nacional que conducirá a la felicidad de todos los mexicanos.

Ugo Pipitone, profesor del CIDE, acaba de publicar un libro provocador que los invito a leer, “Un eterno comienzo”. A partir de los ciclos presidenciales de Miguel Alemán, Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox y Peña Nieto, identifica un proceso donde surge una figura mesiánica que promete refundar el mundo. “El héroe se presenta como portador del antídoto contra el largo atraso de la nación, la esperanza del pueblo se inflama y el superhombre es ungido presidente. Pero al poco tiempo el proyecto de instalar el futuro fracasa y el país cae nuevamente por la pendiente de la frustración. Hasta que aparece el siguiente visionario y la rueda empieza a girar de nuevo”. Tenemos que romper ese ciclo interminable producto, en gran medida, del ejercicio autoritario, vertical, del poder político.

A casi nueve de cada 10 mexicanos no les interesa la política. Le hemos dejado a la partidocracia el monopolio de la política. Necesitamos cambiar esta percepción y recuperar la idea de que el ciudadano –no el príncipe, retomando el texto clásico de Nicolás Maquiavelo– es el verdadero soberano. Necesitamos que los ciudadanos salgan a invadir el espacio público con nuevas ideas y propuestas que nos ayuden a resignificar y fortalecer la democracia para hacerla más pertinente, más eficaz, más genuina.

Sé que mis lectores tendrán a estas alturas más o menos definidas sus preferencias políticas para la elección de 2018. No es mi intención cambiarlas. Pero sí llamarlos a la reflexión de que, sin la participación ciudadana, no lograremos cambiar esta democracia de baja intensidad que tanto nos agravia.

Una vía sería imponerles a los partidos que aspiran a conducir el destino de México, un Pacto Político y Social Mínimo que comprometa, a quien gane los comicios, a atender los asuntos centrales que están en el corazón de los ciudadanos: el combate a la corrupción, la reducción del costo de la democracia, gobiernos abiertos a la sociedad civil, una política social que combata efectivamente la pobreza, una política económica que mire hacia el mercado interno, la seguridad pública, la salud del tejido social y familiar.

Hemos sido testigos pasivos de la vida política del país; los partidos nos tratan como simples consumidores de sus estrategias de marketing político, se acuerdan de nosotros no a la hora de gobernar, sino de llenarles las urnas, se niegan a que fiscalicemos su quehacer, tienen miedo a que rompamos sus cotos de poder. Basta. Los ciudadanos somos los soberanos, los actores centrales del proceso democrático.

Es la hora de asumir nuestro papel en la construcción de un México mejor.