La llamada “economía de la felicidad” gana terreno, esta propone ir más allá del ingreso por persona, la capacidad de consumo o el crecimiento económico para medir el bienestar de la población.

Jeffrey Sachs, asesor especial del secretario general de la ONU para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y director del Earth Institute en la Universidad de Columbia, es uno de los principales promotores de este nuevo enfoque.

Según Sachs, no podemos desdeñar el valor del progreso económico porque la gente sufre cuando existe desempleo, hambre o carece de servicios sociales básicos.

El desarrollo económico es un poderoso factor que fomenta la prosperidad y la inclusión social y con ello la felicidad de las personas. Sin embargo, como lo demuestra el caso de Estados Unidos, ello no resulta suficiente, ya que el incremento sostenido del PIB en los últimos 40 años no ha estado relacionado con un aumento de los niveles de felicidad de los norteamericanos.

Por el contrario, la obsesión en hacer crecer la economía condujo a ese país a graves injusticias en la distribución de su riqueza: en el país más rico del mundo, con un PIB por persona de casi 50 mil dólares anuales, 46 millones de personas viven en situación de pobreza. Hasta antes de la reforma de salud de marzo de 2010, había 47 millones de personas sin acceso a un seguro médico; los niveles de cohesión social están fuertemente fracturados, todo ello en medio de una seria degradación ambiental.

En síntesis: la búsqueda incesante del PIB, sin tener en cuenta otros objetivos, no conduce a la felicidad. Este es el eje del “World Happiness Report” que elabora el Earth Institute, que identifica como variables centrales de la felicidad a la salud, la diversidad ecológica, el bienestar psicológico, la vitalidad comunitaria (que comprende familia, donaciones, relaciones comunitarias), el nivel de vida, la educación, el uso del tiempo, la diversidad cultural, y el buen gobierno (que integra variables como ejercicio de derechos, calidad de los servicios públicos y participación política).

Según este estudio, los cinco países más felices a nivel mundial son Dinamarca, Finlandia, Noruega, Holanda y Canadá, los cuales tienen como elementos en común la existencia de sólidos estados de bienestar, alto nivel de vida, seguridad y justicia, legalidad, fortaleza institucional, altos grados de cohesión social, sistemas democráticos abiertos y transparentes.

Los cinco países menos felices son Bulgaria, Congo, Tanzania, Haití y Comoro. Algunos de ellos son escenario de guerras civiles de origen étnico o por el control de recursos naturales, pandemias, desarticulación institucional, corrupción, desintegración del tejido social, una severa destrucción del medio ambiente, además de muy altos niveles de pobreza.

A México no le va mal, ocupa el lugar 24, arriba de Brasil (25), Italia (28), Alemania (30), Argentina (39), Colombia (41), Chile (43); pero está debajo de Costa Rica (12) y Venezuela (19).

Estudios como el World Happiness Report y como el Ranking de la Felicidad en México 2012, son un llamado a ir más allá de los fríos datos económicos para enriquecer los estudios del bienestar con nuevas variables que nos permitan pulsar el verdadero grado de satisfacción de la población con su vida, su entorno, sus redes sociales y familiares, sus visiones y sus valores.

La felicidad de los ciudadanos (más allá del populismo ramplón de algunos políticos) es el principal objetivo de toda autoridad, es causa y efecto, y se retroalimenta con la gobernabilidad, la solidez del capital social, la participación democrática y el crecimiento económico. De ahí la necesidad de medirla con precisión para fortalecer la toma de decisiones en materia de políticas públicas a partir de nuevos enfoques. Aquí hay un espacio importante para la innovación social.