2014 se proyecta como un año de promesas, pero también importantes desafíos. Peña Nieto ha afirmado que las reformas estructurales de 2013 traerán mayor prosperidad y desarrollo en beneficio de todos los mexicanos. Aplaudimos la voluntad del Presidente; pero sigue ahí la necia realidad.
Veamos el ámbito económico. 2013 cerrará con un mediocre crecimiento del PIB, cercano al 1%. Los pronósticos para 2014 mejoran notablemente. De acuerdo con la CEPAL, la economía mexicana crecerá a una tasa anual de 3.5% como efecto de un mayor dinamismo del comercio mundial, la reactivación de la demanda interna y un impacto gradual de las reformas instrumentadas el año pasado. Ésta es una buena noticia sobre todo para la generación de empleos y el mejoramiento de los ingresos de las familias mexicanas.
Sin embargo, la reforma “madre”, la energética, la que tiene mayor potencial para generar progreso para el país, tendrá que enfrentar fuertes desafíos de carácter político. Dicha reforma tocó a fondo los principios estatistas y nacionalistas de una izquierda peleada con la modernidad, lo que ha generado un frente de oposición que va desde el PRD hasta Morena y López Obrador.
Es de esperar que el rechazo de las izquierdas se vaya radicalizando para llegar a la tan anunciada consulta popular a la que piensan convocar en 2015 para “echar atrás” los cambios constitucionales que abren el petróleo a la inversión privada.
De acuerdo a diversas encuestas, hay un núcleo de aproximadamente el 30% de los ciudadanos que se oponen a la reforma energética; se trata de interesante espacio electoral. El PRD no quiere que Morena y López Obrador se queden con todo, y por eso van con todo contra la reforma.
La izquierda tiene la mira puesta en 2015, donde se renovará la Cámara de Diputados y habrá elecciones en 15 entidades, en cinco de ellas para gobernador, y considera que puede contar con un importante “voto duro” a partir de una movilización cada vez más estridente contra la reforma energética. Con ello, esa izquierda exhibe su incapacidad para disputar el poder sobre la base de un proyecto de modernidad, más allá de los prejuicios y los mitos.
Probablemente no tendremos más Pacto por México. La discusión y la construcción de consensos retornarán a su espacio natural, que es el Congreso. Ahí, el PRI está obligado a mostrar su compromiso efectivo con la modernización económica, con la ruptura de los monopolios y la apertura a la competencia, con una democracia más efectiva, con la transparencia y la rendición de cuentas, con la superación de la pobreza, con los temas que más preocupan al mexicano de a pie, como son el empleo y la inseguridad.
El PAN, por su parte, tiene el reto de consolidarse como un efectivo contrapeso al partido gobernante, de refundarse a partir de una mayor cercanía con los ciudadanos, de revitalizar su agenda política y, sobre todo, de consolidar su unidad sobre la base de principios democráticos.
En un terreno minado por la polarización política y la presencia de una izquierda que se enfocará a la confrontación y el conflicto, el PRI y el PAN tendrán la enorme responsabilidad de llevar las riendas de la gobernabilidad del país.
Todos esperamos que hagan bien su tarea.