La encuesta de Parametría, publicada el 16 de febrero, brinda claves importantes para entender dónde se encuentran instalados los partidos políticos en la competencia por la Cámara de Diputados. Por este cuerpo legislativo atraviesa la definición del gasto público y de la política de ingresos; la manufactura, procesamiento y aprobación de una proporción significativa de las iniciativas de ley.
A pesar de los problemas por los que atrevisa el gobierno de Peña Nieto, de los escasos resultados en materia económica y en el combate a la inseguridad, del señalamiento de casos de opacidad y conflicto de intereses, el PRI marcha a la cabeza de las preferencias con 32% de la intención de voto.
Los expertos en temas de “psicología electoral” tienen una explicación: en comicios intermedios caracterizados por una baja participación ciudadana (menor al 60-50%) disminuye el peso de los votantes independientes, es decir, de aquellos que no expresan ningún apego a una fuerza política en particular, y crece el peso de la simpatía partidista, conocida coloquialmente como “voto duro”.
En comicios intermedios se vota por el partido, no por candidatos. Se evidencia el voto como un hábito. Para cambiar este hábito, dicen los analistas de Parametría, se requiere de un potente estímulo externo ligado a la presentación de spots o mensajes que evidencien al contrario en un sentido espectacular, posiblemente por la comisión de escándalos, de hechos graves que lleven a convencer a sus votantes duros sobre la necesidad de cambiar de opción política.
Cuando se habla de corrupción todos los partidos tienen mucha tela de donde cortar, y si el Instituto Nacional Electoral no impone regulaciones estrictas, estaremos siendo espectadores a partir de abril, que arrancan formalmente las campañas, de una proliferación de “publicidad negativa”, de ataques directos. Olvidémonos de campañas de propuestas, de la presentación de agendas para la solución de los grandes problemas públicos: lo que habrá de prevalecer será una “guerra de desgaste” entre las diversas fuerzas políticas en detrimento de la calidad de la contienda.
En un contexto donde ningún partido parece exhibir una superioridad moral, todos están sujetos a sospechas de opacidad, en un marco de creciente desencanto hacia la democracia y sus actores, mi escenario es que tendremos una muy baja participación ciudadana, menor incluso al 50%.
De no moverse las tendencias actuales, el PRI, con el apoyo de su aliado, el Verde, que detenta el 11% de las preferencias, estaría en condiciones de conformar una cómoda mayoría legislativa que le daría el margen necesario para navegar sin problemas durante el segundo tramo del sexenio.
Lo que el país necesita en el momento que estamos viviendo, es un Congreso eficaz, plural, capaz de constituirse en contrapeso al gobierno y su partido, pero ¿hacia dónde voltear la mirada?. El PAN tiene 26% de la intención de voto, lo que le ofrece una oportunidad para resignificar al Congreso, si logra resolver sus conflictos internos y retoma sus luchas ligados a sus principios históricos de ética y buen gobierno.
El PRD tiene 13% de las preferencias, ante sus problemas en Guerrero, sus conflictos y deserciones, alejándose de la izquierda democrática y moderna que los ciudadanos anhelan, y desafiado ya por Morena que está a 4 puntos porcentuales abajo, una fuerza política radical con un proyecto populista.
El probable alejamiento de los ciudadanos de las urnas el próximo domingo 7 de junio, es un pésimo presagio para nuestra débil democracia.
Los ciudadanos, sin embargo, tenemos todavía una trinchera desde la cual luchar por una revitalización de la política y por un ejercicio del poder público que responda a los intereses colectivos: la sociedad civil organizada, todavía desarticulada, incipiente, pero en crecimiento sostenido.
No podemos resignarnos a ser espectadores pasivos, es la hora de deliberar, de pensar otro país, de imponer una agenda desde abajo y hacer valer nuestras prioridades y nuestra voz. Es la hora de actuar.