Es oficial: de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, estamos frente a una pandemia de coronavirus. Hay 118,000 casos en 114 países y 4,965 muertes.
El Director General del organismo, Tedros Ghebreyesus, ha manifestado su preocupación “por los niveles alarmantes de propagación e inacción. Hemos estado pidiendo cada día a los países que tomen medidas urgentes y agresivas”.
“No actuar oportunamente y de acuerdo a la gravedad de la situación -afirma el funcionario- llevará a un sufrimiento innecesario y a la muerte”.
El periódico español, El País, resume con precisión cuál ha sido la ruta de esta crisis: “hace tres semanas era una mera gripe y ahora es un terremoto global de magnitud impredecible”.
El presidente Donald Trump ordenó la restricción de todos los vuelos desde Europa a Estados Unidos durante los siguientes 30 días; Italia, uno de los países más afectados por el brote de COVID-19, aisló a millones de personas.
Para disminuir los riesgos de contagio, varios países han decidido cerrar escuelas, comercios, cines, restaurantes, estadios y han recomendado a sus ciudadanos no salir de sus casas, a menos que sea estrictamente necesario.
En México, mientras tanto, las autoridades mexicanas se mueven en medio de un preocupante optimismo: “estamos blindados”, “tenemos médicos de primer nivel”, “contamos con presupuesto suficiente”, nada sobre lo que aporten un mínimo de evidencia.
Estamos ante un tema en el que la transparencia es obligada porque está en juego la vida y la salud de millones de personas.
El temor crece a la luz de los problemas que enfrenta el sector hospitalario público por la escasez de infraestructura, personal, insumos y medicamentos.
Aunque la letalidad del COVID-19 es relativamente baja (menos del 2% de los pacientes mueren), lo que más preocupa a la comunidad médica es la facilidad con que el virus se transmite de una persona a otra. Una persona enferma puede contagiar a decenas; por cada persona que fallece, hay 8 mil infectados.
La idea de que los más vulnerables son adultos mayores y personas con enfermedades crónicas, ya no parece tan exacta: de acuerdo con un estudio de más de 70 mil pacientes en China, un 33% de los muertos por coronavirus no tenían padecimientos previos.
Como lo ha señalado un investigador, “el objetivo actual ya no es prevenir que la gente se infecte, sino prevenir que se infecten demasiado rápido. No se trata de detener una pandemia imparable sino de ralentizarla para evitar la saturación de los sistemas sanitarios. Debemos evitar que millones de infecciones ocurran de forma masiva en las próximas semanas. Si un goteo continuo de casos graves está creando problemas en los hospitales, un torrente sería catastrófico”.
Debemos aprender de lo que está sucediendo en Italia: hospitales desbordados, unidades de terapia intensiva improvisadas en los pasillos, médicos y enfermeras al borde de la extenuación y con múltiples bajas por infecciones, llamadas desesperadas a médicos jubilados para unirse a la lucha.
Mientras en México vivimos parálisis e indefinición, Colombia, un país con 11 casos identificados nos marca el camino: se cerraron las escuelas, se cancelan todos los eventos que reúnan más de 500 personas, se suspende el desembarco de cruceros y se aísla a visitantes extranjeros procedentes de China, Italia, España y Francia (aquí no tenemos siquiera filtros en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México).
Se contempla, además, una coordinación entre el sistema público y privado de salud para atender pacientes a nivel domiciliario; se conmina a las empresas a fomentar el teletrabajo y reprogramar sus turnos laborales con objeto de evitar aglomeraciones en el transporte público.
Hagamos, desde nuestro lado, lo que haya que hacer para evitar la propagación del COVID-19: lavarse las manos con jabón varias veces al día, limpiar frecuentemente las superficies expuestas, toser en el interior del codo, mantener las manos fuera de nariz, ojos y boca, no dar la mano o besar a alguien en la mejilla, lo cual no debe ser visto como una falta de educación, sino como un signo de responsabilidad cívica.
Por cierto, este fin de semana se celebra el festival “Vive Latino” en la CDMX con un promedio de 70 mil asistentes. Pensé se cancelaría. Espero no paguemos cara la irresponsabilidad.