El próximo martes 1º de septiembre el Presidente López Obrador rendirá su Segundo Informe de Gobierno.
Los spots alusivos que empezaron ya a fluir en los medios de comunicación son de llamar la atención, ya que escapan del tono informativo que debe de caracterizar a este reporte anual de actividades a que el Jefe del Ejecutivo federal está constitucionalmente obligado.
Lo que tenemos, en cambio, es a un Presidente que echa mano de ideas fuerza, las mismas con las que solicitó el voto de los mexicanos en 2018: “Por el bien de todos, primero los pobres”, “Juntos haremos historia”; aprovecha, además, para fustigar a sus adversarios: “Los conservadores sostienen que estamos llevando al país al comunismo”, seguido de una cita del Papa Francisco y de un principio evangélico que señalan la importancia de ayudar a los pobres.
Más temprano que tarde empezarán a llover quejas y recursos jurídicos ante el INE para rechazar el acento abiertamente proselitista de dichos spots y lo que, se presume, una clara violación del carácter laico del Estado mexicano.
Respecto al contenido del Segundo Informe, casi se puede prever los que serán los elementos centrales del mensaje presidencial en este caso, que se convertirá en una “mañanera amplificada”. Y aunque me queda claro que ningún gobierno se tira una piedra en el pie, creo que seguiremos extrañando un mínimo de autocrítica de un gobierno que, claramente, viene arrastrando una calificación negativa en los principales temas de su Administración, lo que contrasta, atípicamente, con niveles de popularidad todavía elevados del Presidente (arriba del 50%).
El Informe tendrá lugar en un momento complicado de la vida nacional donde convergen y se entrecruzan varias crisis.
Una crisis económica sin precedentes. De acuerdo con el INEGI, la economía mexicana se hundió 18.7% en el segundo trimestre de este año, su mayor baja en la historia. Con estos datos, el PIB acumula una caída de 10.1% en el primer semestre de 2020. No todo esto es producto del impacto de la pandemia; es claro que se pudo haber atenuado la severidad del colapso con medidas contracíclicas; sin embargo, inexplicablemente, un gobierno que se autocalifica de progresista y de izquierda, dejó las cosas a la mano invisible del mercado. El resultado: pérdida masiva de empleos, quiebra de miles de pequeños y medianos negocios, un elevador social averiado al que no podrá subirse toda una generación de jóvenes, 10 millones de mexicanos más a las filas de la pobreza.
Una crisis de salud. El sector salud ya venía con problemas de pasadas administraciones: duplicidades, descoordinación, saturación, deterioro de la calidad de los servicios, desabasto de medicamentos, etc., pero la situación se agravó con la aplicación de una estrategia basada en severos recortes presupuestales y cancelar de tajo el Seguro Popular, sin contar todavía con la estructura y los procesos operativos para sustituirlo.
A ello se sumó una respuesta tardía e inconsistente ante el Covid-19: 63 mil muertos por la pandemia son muchos, y también son demasiados los que han fallecido de diabetes, cáncer y problemas cardiovasculares porque no hallaron lugar en un sistema de salud reconvertido para atender la emergencia.
Las limitaciones institucionales para ofrecer un servicio de salud suficiente, digno y humano no parece tener solución en el corto plazo, atendiendo a lo que se vislumbran como las prioridades de la 4T para el presupuesto de 2021: las obras emblemáticas de la actual administración y sus programas sociales.
Una crisis de legitimidad de los actores políticos. El juicio a Emilio Lozoya y la exhibición pública por parte de AMLO de videos y testimonios (los cuales deberían estar bajo debido resguardo de la FGR), han dañado profundamente la imagen de la oposición. Sin embargo, “quien a video mata a video muere”, y ahora el que ha salido salpicado es el propio hermano del Presidente a quien se captó recibiendo fajos de billetes para apoyar a Morena.
El efecto de este descrédito está por verse. La ausencia de resortes éticos por parte de gobierno y oposiciones se traducirá en un distanciamiento cada vez mayor de los electores hacia los partidos políticos y hacia la política, ese agujero negro de nuestra vida pública, reforzando la volatilidad y la incertidumbre.
Estas son nuestras crisis, estos son nuestros dilemas. ¿Qué sigue?