El acuerdo comercial trilateral que arrancó en 1994, y que marcó la entrada de lleno de México a la economía global, se convirtió en un instrumento fundamental para convertir a nuestro país en uno de los principales exportadores mundiales de productos manufacturados.172_INFOGRAFIA_T-MEC

Las exportaciones mexicanas en 1993, un año antes de la entrada en vigor del TLCAN, representaban 12% del PIB, mientras que en el 2015 esta proporción alcanzó más de 35% del PIB mexicano. México es el principal exportador de vehículos a Estados Unidos y, para el 2020, se estima que una cuarta parte de todos los automóviles en aquel país provendrán de armadoras instaladas en nuestro territorio.

Entre 1993 y 2015, el comercio entre los tres países se cuadruplicó, al pasar de 297,000 millones de dólares a 1.14 billones de dólares, lo que ha contribuido a impulsar sus economías y a beneficiar a sus consumidores.

A mis lectores más jóvenes les parecería inaudito que, antes del arranque del TLCAN, hace ya un cuarto de siglo, solo existieran en México una sola marca de computadoras y cinco empresas automotrices. Hoy, la oferta es enorme y crece día con día.

Hoy, cualquier consumidor mexicano, con la sola condicionante de contar con los ingresos suficientes, puede obtener los mismos productos y servicios que un consumidor de los países más avanzados.

El TLCAN, como lo afirma el economista Luis Rubio, ha sido el responsable de la creación de la zona más moderna y competitiva de la industria mexicana y de la generación de los empleos mejor pagados en el país.

Por todo lo anterior, la firma del Tratado -hoy llamado T-MEC- era aguardada con enorme expectación por los tres países, pero, muy especialmente por México, encabezado por un gobierno urgido de lanzar un mensaje positivo en medio de un año de crecimiento económico cero y de profunda desconfianza de los inversionistas hacia sus estrategias y políticas.

La suscripción del nuevo Tratado, además de su natural complejidad técnica y jurídica, se enfrentó a otras condicionantes no económicas, como es el hecho de que EU está inmerso en un proceso preelectoral donde el presidente Donald Trump está necesitado de ganar capital político y donde sus rivales, los demócratas, estaban comprometidos a satisfacer las demandas de uno de sus aliados más importantes, la poderosa central sindical AFL-CIO.

Finalmente, el martes 10 de diciembre, después de prolongadas e intensas negociaciones, México, Estados Unidos y Canadá firmaron el nuevo tratado de libre comercio.

Uno de sus aspectos novedosos consiste en la instrumentación de normas más estrictas sobre los derechos de los trabajadores, destinadas a reducir la ventaja mexicana derivada de los bajos salarios.

En las discusiones finales, EU proponía que se realizaran inspecciones laborales en las fábricas o negocios mexicanos, algo a lo que se opuso el gobierno de López Obrador.

Jesús Seade, el jefe del equipo negociador de México, aseguró que “no hay píldoras envenenadas” y que en lugar de inspectores tendríamos “comités de controversia para verificar los acuerdos laborales”.

Pues sucede que no será así, que sí habrá “agregados laborales”, lo que revela un grave descuido del Subsecretario Seade y, por otra parte, una vergonzosa actuación del Senado que apresuró la aprobación fast track del Tratado para mandar una señal positiva a los mercados y presionar a sus contrapartes de EU y Canadá, sin haber verificado siquiera el contenido del proyecto de ley del T-MEC, aún en redacción en esos momentos en Washington.

El Gobierno de México ha protestado ante EU y AMLO ha asegurado que los agregados o supervisores laborales salieron “de manera clandestina”.

Como lo ha señalado el columnista Enrique Quintana, lo anterior ha abierto paso a una súbita explosión de nacionalismo como si México fuera campeón en el cumplimiento de las normas laborales.  Si así fuera, el actual gobierno no estaría construyendo un nuevo polo sindical de la mano de un líder polémico como Napoleón Gómez Urrutia.

Por lo pronto, ahí están los desacuerdos y las tensiones que, esperamos, no terminen por descarrilar a un T-MEC que, con todo y sus desafíos, es una de las pocas buenas noticias que el país puede tener en estos tiempos adversos.

Llevar el Tratado a buen puerto demandará, no retórica nacionalista, sino apertura y visión de este gobierno.

 

PD: Aprovecho para desearles una Feliz Navidad en compañía de sus seres queridos y que estos momentos nos sirvan para comprometernos en construir un sociedad más justa, sensible y próspera para todos, principalmente para los que menos tienen.