El Presidente Peña Nieto inunda todos los espacios del espectro de los medios de comunicación con motivo de su Sexto Informe de Gobierno: pondera sus logros, asume un tono autocrítico en algunos temas candentes, dice entregar un mejor país que el que recibió hace seis años, presenta testimonios de mexicanos que han visto su vida cambiar gracias a las reformas estructurales instrumentadas durante su gobierno.
El Presidente evade su responsabilidad. En las entrevistas que ha concedido a distintos medios, señala como factores de la contundente derrota del PRI la fallida candidatura de José Antonio Meade (“no funcionó”), así como la existencia de una ola global de descontento contra los partidos y los políticos tradicionales.
La culpa no es de un candidato falto de carisma ni de los antisistémicos. Es producto de un gobierno fallido.
Frente a la exhibición de logros de la Administración actual en materia de reformas estructurales, de una generación de empleos que no tiene precedentes y de la disminución de la pobreza extrema, pesan más en la balanza los gasolinazos, las mediocres tasas de crecimiento, el irresponsable endeudamiento del país, el colapso de la inversión pública en sectores estratégicos, el uso de las transferencias federales para favorecer a los gobernadores amigos y golpear a los enemigos.
Súmese a esto la Casa Blanca, los contratos de obra pública a empresarios cercanos, el desvío de fondos públicos para beneficiar al PRI, el uso de empresas fantasma para malversar dinero del erario federal, el derroche de los gobernadores. Más ingredientes explosivos: el repudio generalizado a la verdad histórica sobre el caso Ayotzinapa, la falta de visión y liderazgo para rehacer las estrategias de combate a la inseguridad, el uso faccioso de la PGR para atacar a líderes opositores o deshacerse de personajes incómodos.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, Jesús Silva Hérzog señala las debilidades personales del Presidente: “su densa impopularidad, su deshonroso liderazgo, no representó decorosamente a México, no personificó valores públicos elementales. Deja una estela de indecencia. Es un hombre que no estuvo a la altura, siquiera, de sus propias circunstancias”. (Reforma, 3 de septiembre). “Nunca supo leer el tiempo que le tocó vivir”, dice la periodista Gabriela Warkentin (El País, 27 de agosto).
Sé que hay una dosis de injusticia, porque no cabe duda que sí hubo resultados positivos durante la gestión de Peña Nieto. Sin embargo, el mal humor, el rechazo, el encono hacia el hombre y su obra, rebasan toda racionalidad psicológica y política. Nunca, un Presidente de México, había concitado tanto repudio público. De acuerdo con una reciente encuesta de Consulta Mitofsky, Peña Nieto llega a estas alturas, prácticamente al cierre de su Administración, con un 77% de desaprobación.
La derrota del Presidente y su partido no implican un simple relevo de mandos en el Ejecutivo federal, en los gobiernos locales y en el Poder Legislativo: abrieron paso a un cambio de época en la política, a una nueva distribución del poder que tendrá repercusiones profundas.
La Cuarta Transformación de López Obrador y Morena puede convertirse en la restauración de algo que ya vivimos en los años del PRI: un sistema de partido hegemónico sin contrapesos, una concentración del poder, el control de los presupuestos y las políticas públicas y su manejo desde la oficina de AMLO por prominentes cuadros partidistas con objeto de crear la base social del Presidente y garantizarle el caudal de votos que le permita no sólo superar la consulta para la revocación de mandato en 2021, sino asegurarle la victoria al siguiente liderazgo de Morena en 2024. Esperemos y deseamos que no sea así.
Más allá de la alternancia en el poder como algo connatural a nuestra democracia, del merecido retorno de las izquierdas y del ascenso de los liderazgos populistas a nivel mundial, así como del carisma y capacidad para entender esta nueva realidad de López Obrador, hay un responsable de este arreglo político desequilibrado surgido de la elección del pasado 1º de julio, de este monopolio del poder adquirido por Morena.
Ese responsable se llama Enrique Peña Nieto que logró en seis años destruir la honorabilidad de la Presidencia y abrir las puertas a un retroceso democrático, a un retorno de lo que ya habíamos superado con grandes esfuerzos y batallas cívicas.
A seguir luchando.