Resignificar la política
La política y quienes ejercen este oficio se han vuelto profundamente impopulares. Razones sobran: los políticos son impotentes para resolver los grandes problemas del mundo contemporáneo -la violencia, la inseguridad, la vertebración de la vida social, la conducción ordenada de la economía, la desigualdad y la pobreza-; aún más, han corrompido la política, la han convertido en instrumento para monopolizar el poder. La política es una zona discrecional donde no entra la mirada de los ciudadanos, es un espacio de prácticas ilegítimas que dañan todo principio moral. Todo esto es cierto, pero entonces, ¿debemos echar la política a la basura? Pienso que no, que la política es importante y que requiere resignificarse y reconstruirse como el arte que permite tratar, debatir, acordar y gobernar lo público, lo compartido, lo común, lo que es de todos.
La degradación de las instituciones políticas –los partidos, los congresos, los gobiernos- ha lastimado también a la democracia, la ha vaciado de contenido, de ahí el enorme distanciamiento social. “La democracia es ineficaz”, “la política apesta”, los ciudadanos quieren “que se vayan todos”, esa consigna que surgió en el marco de la gran crisis argentina del inicio de siglo y luego se globalizó para exhibir el repudio y el hartazgo, la indignación hacia la política y sus actores emblemáticos. No podemos permitirlo, la política debe importarnos, y mucho.
También es cierto que el debate político se ha trasladado de los grandes foros públicos de la democracia –los medios de comunicación, los parlamentos, los espacios comunitarios-, hacia Twitter y Facebook, banalizando el discurso, la narrativa, saturando de noticias falsas, de la lógica del sensacionalismo, los grandes temas de interés colectivo. La exclusión de los ciudadanos, y la perversa comercialización que se convirtió en vergonzante complicidad con el poder, ahuyentaron la confianza en los medios tradicionales de comunicación.
El manoseo de las redes sociales ha llegado al grado de que existen “bots”, programas informáticos que simulan el comportamiento de un ser humano, capaces incluso de generar conversaciones sobre algún tópico de interés colectivo. Existen, además, “fábricas de likes”, instalaciones donde un numeroso grupo de personas de carne y hueso reciben una remuneración por poner “me gusta” a los contenidos subidos a las redes por un gobernante, un líder, un candidato. Los “likes” ahora se venden, no provienen del consenso efectivo hacia una opinión, una propuesta. Las redes sociales están perdiendo su capacidad deliberativa, su poder para pulsar y expresar lo que piensa la gente, y se han convertido en víctimas de estrategias perversas manipulación y marketing. Esto no significa que dude de la riqueza y pluralidad que entrecruzan las redes sociales, pero debemos tener muchísimo cuidado. El poder quiere también pervertir, destruir este espacio.
La principal fuente de información y formación de la cultura cívica del ciudadano tiene que provenir de su contacto directo con los líderes políticos, con los que hay que dialogar y debatir y a los que hay que exigirles que se sujeten a las reglas y valores de la democracia.
La crisis de la política ha abierto la puerta a los “antisistémicos”, un arco conceptual donde caben muy diversos personajes, como Marine Le Pen, la candidata francesa racista y ultraderechista que fue ampliamente derrotada en la segunda vuelta en las elecciones de este domingo del país galo y, por supuesto, Donald Trump.
El vacío de la política y del sistema que debería alimentar en el mundo contemporáneo, la democracia liberal, con todo su esquema de derechos y bienes colectivos –igualdad, tolerancia, pluralidad, solidaridad y subsidiariedad-, es el motor que alimenta la demagogia, el populismo, las propuestas de confrontación social, la exclusión de los otros.
La competencia hacia el 2018 debe ser una oportunidad para revalorar la política y sus posibilidades de conducción y reconstrucción de la vida social. Te invito, sinceramente, a revisar con detenimiento –evitando engaños de las redes sociales- los perfiles personales, las biografías y trayectorias de cada candidato, las propuestas de política pública y su viabilidad, pero sobre todo su solidez ética, su congruencia entre el decir y el hacer, su compromiso efectivo con la democracia.
Eso implica informarnos, confrontar, debatir, sí en las redes sociales, pero también ir más allá, para llevar la reflexión a nuestros espacios vecinales, escolares, laborales, familiares.
La política está secuestrada por los políticos. Debemos recuperarla para los ciudadanos. México necesita más política, política de calidad, responsable, transformadora; una política construida colectivamente, incluyente, pública, inspiradora. Necesitamos una política donde todos ganemos, no sólo unos cuantos. Una política virtuosa sustentada en el principio del bien común. Necesitamos una nueva generación de políticos para recuperar la confianza en la democracia y sus instituciones. Para recuperar el futuro.