Unidad nacional, sí, ¿Con qué bases?

Es tiempo de un nuevo pacto político y social, es tiempo de escuchar las voces de los ciudadanos.

Unidad nacional, sí, ¿Con qué bases?

Cito a Enrique Krauze, en su excepcional artículo para el periódico El País, de España, publicado el pasado 7 de febrero: “Un fascista ha llegado a la Casa Blanca. En unos cuantos días, ha envenenado a su país y a las relaciones de su país con el mundo. Saludamos prematuramente (gracias a las dos presidencias de Obama) el fin de la arrogancia imperial.

Relegamos a los libros de texto la invasión contra México con sus masacres y atrocidades, sus decenas de miles de muertos y la anexión forzada de la mitad de nuestro territorio. Nos equivocamos: ahora Trump ejerce el imperialismo hacia dentro contra las minorías étnicas y religiosas y hacia fuera, tratando de humillar y cercar a México, su chivo expiatorio”.

Tenemos enfrente a un enemigo poderoso, obsesionado en poner de rodillas a México. El gobierno de Peña Nieto ha venido asumiendo una postura cada vez más firme en defensa de la soberanía nacional. Desgraciadamente, se trata de un gobierno débil, impopular, sumido en una profunda crisis de legitimidad debido al pésimo desempeño de la economía, el deterioro de las instituciones, una democracia disfuncional, llena de persistente corrupción.

En 1938, Lázaro Cárdenas –quizás el presidente más popular de la historia de México– llamó a la unidad nacional para recuperar la soberanía sobre el petróleo. El pueblo se volcó a las calles para apoyar el decreto de expropiación. En un contexto de fuertes tensiones con el gobierno de Estados Unidos, surgieron imágenes conmovedoras: gente de todos los extractos sociales acudiendo a entregar, los más pobres un cerdo o sus gallinas, los más ricos sus alhajas, para pagar la indemnización a las empresas transnacionales. Era el clímax del nacionalismo revolucionario.

Hoy, Peña Nieto ha convocado una vez más a la unidad nacional para enfrentar la agresión que viene del norte, lo que ha provocado un enconado debate. Por un lado, están aquellos que consideran riesgoso, inconveniente, políticamente inmoral escatimarle el respaldo al Presidente para que llegue fortalecido al duro proceso de negociación que se avecina con el nuevo régimen imperial de Estados Unidos.

Otro sector, en el que me ubico, considera que sí es importante, urgente, respaldar a nuestras autoridades pero sobre la base de un nuevo pacto político y social que ponga sobre la mesa los temas que más preocupan a la ciudadanía: la enorme dependencia que tenemos con Estados Unidos y la urgencia de voltear la mirada hacia el sur y al oriente, la reconstrucción de lo público sobre bases de transparencia y rendición de cuentas, mejores parámetros de eficacia gubernamental, el combate efectivo a la inseguridad, la pobreza y la desigualdad; la revalorización del sistema democrático para dejar atrás el monopolio de la partidocracia y airear la política con una mayor participación de la sociedad civil.

Estamos inmersos en una crisis, no sólo en las relaciones con nuestro principal socio comercial, sino también en una crisis interna. Y las crisis son más que coyunturas traumáticas, permeadas de un enorme riesgo, sino también ventana de oportunidad para revisar a fondo la manera como funciona la gobernabilidad, las instituciones y la salud del tejido social.

El día de ayer, domingo 12 de febrero, tuvo lugar en la Ciudad de México y el país una serie de importantes manifiestaciones, encabezada por lo mejor que tenemos: las universidades, los centros de investigación, las organizaciones civiles, líderes políticos y de opinión, sindicatos y agrupaciones sociales, empresarios, mexicanos de a pie, movidos todos por un motor simple, esencial, primario, pero profundamente poderoso, que es el amor por México. Esta movilización, de miles de personas, mostró la determinación de los ciudadanos de defender con todo la soberanía de México, pero también mandó un mensaje contundente: la sociedad reclama cambios profundos.

Sería muy peligroso, incluso reprobable, que el gobierno tomara esta movilización como un “cheque en blanco” a la forma como se conducen los asuntos públicos, que el Presidente la pulsara como un elemento de popularidad, o que los partidos quisieran montarse en la gran ola ciudadana para fortalecer sus clientelas y su gastada narrativa. No. Ése México que salió a las calles ayer, quiere otro México.

Hay quienes, ante las agresiones de Trump, hablan de reeditar el Pacto por México de 2013, que abrió la vía a las reformas estructurales. Ése fue un acuerdo de las cúpulas gubernamentales y políticas que no tomó en cuenta el sentir de la sociedad civil. De ahí hasta este 2017, ha crecido la percepción de una sociedad fracturada por la desigualdad, agraviada, profundamente escéptica. 8