Economía en apuros
La situación económica personal, familiar y del país es uno de los temas –junto a la inseguridad y la corrupción- que más preocupa a los mexicanos de acuerdo a los estudios de opinión de las distintas casas encuestadoras. Y no es para menos.
El Banco de México ha venido decretando alzas a la tasa de interés de referencia que sirve como base a los bancos para determinar lo que cobran a sus clientes. Sin duda una mala noticia para los 28 millones de mexicanos que –de acuerdo con la CONDUSEF- utilizan una tarjeta de crédito, para los 12 millones que tienen contratado un crédito personal, los 4.5 millones con créditos de nómina y los 675 mil que adquirieron un auto a plazos, que tendrán que pagar más. Vaya nueva realidad.
La depreciación del peso ante el dólar –cuya paridad ha pasado de 13 pesos en diciembre de 2012, al inicio de esta administración, a 21 pesos a diciembre de este año: ¡un 61% de incremento!- no tardará en encarecer productos importados o que tienen un alto componente de insumos externos, como es el caso de las pantallas planas –uno de los medios favoritos de entretenimiento de las familias mexicanas de todos los estratos-, computadoras, tabletas, celulares. Son gadgets que están estrechamente vinculados a la percepción de movilidad social, de bienestar, de millones de hogares. Y se preguntan los políticos por qué los mexicanos estamos de malhumor.
El impacto, predecible, inevitable, habrá de extenderse a otros artículos provenientes del exterior: ropa, calzado, libros, bienes de consumo duradero, medicamentos, alimentos, materias primas para el sector productivo. La vida se volverá más cara para los mexicanos y lo sentiremos a partir del año que viene. Ante este escenario, veo francamente complicado que se pueda sostener la proyección de crecimiento de la inflación de 3% establecida por la Secretaría de Hacienda en el Paquete Económico para 2017.
Por otra parte, el pronóstico de crecimiento del PIB de entre 2.0 y 3.0% contenido en la misma fuente, creo que no podrá lograrse sobre todo cuando seguimos aguardando el golpe para la economía mexicana que significará el arribo de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, con toda su agenda de políticas proteccionistas y su obsesión por echar abajo el Tratado de Libre Comercio, una de las mayores fuentes de inversión extranjera, productividad, innovación tecnológica, prosperidad y generación de empleos de calidad para nuestro país.
A todo ello se suma el sobreendeudamiento del país. La deuda neta del gobierno se ubicó en 42% del PIB en 2015, y se espera que llegue a 45% en 2016 y se acerque a entre 47 y 48% del PIB entre 2018 y 2019. Standard & Poor´s, una de las más importantes calificadoras de deuda a nivel mundial, ha rebajado la nota crediticia de México. Esto significa, ni más ni menos, que debemos mucho y que nos hemos convertido en un cliente menos confiable para bancos y agencias internacionales que no tienen certeza de cómo podemos pagarles. Así de simple y terrible: nos engañaron y endeudaron.
Alguien lo ilustraba con el caso de un alcohólico que cada vez quiere más. El gobierno mexicano se ha sobreendeudado desde 2009, se ha vuelto un adicto a los préstamos del exterior para financiar no sabemos qué; no queda claro qué bienes públicos se han generado con ese dinero. Hay mucha opacidad, muchos hoyos de corrupción, hay un gasto público muy ineficaz y de muy mala calidad.
Ante la debilidad de los ingresos gubernamentales, la Secretaría de Hacienda ha volteado la mirada hacia los causantes cautivos. Las tarifas de electricidad subirán en 2017 (contraviniendo el compromiso de Peña Nieto de bajarlas sostenidamente como resultado del“impacto”de la reforma energética), a lo que ahora se suma el anuncio de la liberación del precio de las gasolinas y el diesel para el año próximo. Por cierto, esta medida empezará por los estados fronterizos, entre ellos Sonora.
Dice el Secretario de Hacienda, José Antonio Meade, que“habrá épocas en el que el precio suba y otras en el que el precio baje”. México importa casi la mitad de las gasolinas que consume, todo esto ante un dólar cada vez más caro. Se avecina un golpe más, no sólo para los propietarios de automóviles –en su mayoría clases medias, golpeadas por el encarecimiento de los bienes que forman parte de sus patrones de consumo, y por sus cada vez menores expectativas de movilidad social-, sino también para el sector productivo con la consecuente alza de precios en todo un conjunto de bienes.
Todo un dilema para el gobierno, que históricamente ha subsidiado el precio de las gasolinas como un instrumento para atemperar el“humor social”de las clases medias, las más informadas, críticas, volátiles y electoralmente decisivas. Viene un año complicado.
Guardemos la fuerza, la cohesión familiar y los valores que siempre nos han caracterizado para enfrentarlo. Podemos y debemos salir adelante. Los próximos meses serán decisivos para el país y nuestro futuro.