Parar a Trump
Por la profundidad de la relación económica, comercial, política y demográfica que vincula a México con Estados Unidos, la elección presidencial en el vecino país reviste una importancia estratégica para quienes habitamos de este lado de la frontera. He escuchado, insistentemente, que nos conviene la victoria de Hillary Clinton; de hecho 68% de los mexicanos tienen una opinión favorable de la candidata demócrata, y sólo 4% simpatiza con Donald Trump (encuesta Reforma, 1 de septiembre).
Existe la percepción de que a México le va mejor con los demócratas que con los republicanos; sin embargo, esto no es precisamente cierto a la luz de los datos históricos. Fueron presidentes de origen demócrata, como Andrew Jackson (1829-1837) y James Polk (1845-49) los que instigaron la guerra que condujo, finalmente, a la separación de Texas del territorio nacional. Un hecho al que se opuso el entonces diputado republicano, Abraham Lincoln, quien ocuparía la presidencia de EU de 1861 a 1865. Otro demócrata, Woodrow Wilson (1913-1920), ordenó la invasión del puerto de Veracruz en 1914.
Fue con Ronald Reagan, un republicano, que se aprobó en 1986 la Ley Simpson-Rodino que permitió legalizar a 2.7 millones de inmigrantes. Otro republicano, George H. W. Bush, impulsó la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que hoy es un motor de prosperidad y empleos para México.
En cambio, los dos períodos de gobierno del demócrata Bill Clinton, entre 1993 y 2001, fueron de políticas antiinmigración. Se puso en marcha la ‘Operación Guardián’, y como parte de ella se construyó muro en la frontera con California que obligó a los migrantes a moverse hacia las zonas desérticas en el centro de la frontera de los dos países. Ello provocó la muerte de unos 5 mil indocumentados entre 1995 y 2000. En 1996, por otra parte, se aprobaron nuevas leyes que endurecieron la política migratoria al autorizar procesos acelerados de deportación y la prohibición de las personas expulsadas de territorio norteamericano de retornar durante tres años con castigo de encarcelamiento. Durante las dos administraciones de Barack Obama, de 2009 a la fecha, se estima que tres millones de personas sin papeles, principalmente de origen mexicano, han sido expulsadas del vecino país.
Con justa razón se dice que “los republicanos ofrecen deportaciones, pero los demócratas son quienes las llevan a cabo”.
Señalo todo esto con la intención de poner sobre la mesa nuevos elementos para la reflexión y el debate, en un momento donde la contienda por la presidencia del país más poderoso del mundo parece cada vez más cerrada. De acuerdo con el último sondeo de The New York Times/CBS News, Clinton cuenta con el apoyo de 46% de los electores a nivel nacional, frente a 41% de Trump.
Dos elementos han jugado en contra de Hillary en estas semanas recientes, primero, su criticada aseveración de que “la mitad de los partidarios de Trump tiene puntos de vista que los convierte en personas deplorables” y, en segundo lugar, las dudas con respecto a su estado de salud después de haber sufrido un desvanecimiento al final de un evento público en Nueva York.
Tanto Trump como Clinton generan un amplio rechazo en el votante medio; ambos son “pésimos candidatos” de acuerdo con algunos analistas, y no se percibe el entusiasmo de elecciones anteriores. De ahí que una parte significativa de la intención de voto, 12% aproximadamente, se esté orientando hacia el candidato del Partido Libertario, Gary Johnson, y Jill Stein, la candidata del Partido Verde, quienes ofrecen una agenda liberal atractiva para los votantes jóvenes, un sector políticamente clave.
México debe apostarle al triunfo de Hillary Clinton. Primero, porque Trump –a partir de su discurso del odio, su inestabilidad emocional y sus rasgos patológicos– representa un peligro no sólo para México, sino para el propio pueblo norteamericano y para el mundo. Es altamente probable que, de ganar la presidencia en noviembre, se vería obligado por la realpolitik a moderar sus posiciones racistas, pero no podemos asumir ese riesgo.
25.4 millones de latinos están registrados para sufragar en los Estados Unidos. De acuerdo con un sondeo de Univisión, siete de cada 10 votarán por Hillary; por Trump sólo lo harán dos. El voto latino, pues, puede ser decisivo para ganar estados clave y con ello los comicios presidenciales.
Así que si usted, querido lector, tiene un pariente en los Estados Unidos que puede acudir a las urnas el próximo 8 de noviembre, no olvide recordarle cuál es la prioridad: y esa, por el bien de México, no puede ser otra que derrotar a Donald Trump. Es un tema de dignidad, pero también de seguridad nacional.