En una conferencia que impartí sobre el tema de los emprendedores, hablé de la generación “Y”, ese segmento de jóvenes nacidos entre 1980 y el 2000, que se ha convertido en foco de atención debido a sus patrones culturales, sociales y tecnológicos, su marcada propensión por la innovación y el cuestionamiento de las reglas establecidas.

Se caracterizan por recordar vívidamente los ataques al World Trade Center en Nueva York, que remiten al terrorismo y la inseguridad, pero apenas tienen memoria de la caída del muro de Berlín que marcó el fin del sistema comunista.

Son consumidores compulsivos de tecnología, permanecen conectados a Internet 24 horas al día, a través de la cual construyen extensas redes sociales y adquieren la mayor parte de sus conocimientos, por encima de lo que les brinda el entorno escolar y familiar.

Son adolescentes sin disciplina, tienen un bajo respeto hacia la autoridad, están muy distanciados de la política y en general del espacio público. Desconocen el sentido de la responsabilidad y el compromiso, excepto con aquellos temas que los mueven como la preservación del medio ambiente, los derechos de los animales y la crítica de la corrupción y los excesos del gobierno, entre otros. No aceptan cortapisas a lo que dicen y hacen.

Son impacientes, lo quieren todo ya. Todo su entorno es en tiempo real y están siempre conectados. No les interesa mucho el pasado y se despreocupan por el futuro, viven obsesionados por el presente.

Sus padres, pertenecientes a la generación “X”, nacida en los años 60, vivieron el fin de la ola de expansión económica de la posguerra con sus cuotas de prosperidad y movilidad social, las crisis y el estancamiento de los años 80, la consolidación de la democracia como sistema global, y crecieron con la idea de “darles a sus hijos algo mejor”: más educación, tecnología y libertad personal.

Mientras la generación “X” tenía más desarrollado el lado izquierdo del cerebro, que se concentra más en la lógica; en la generación “Y” fue lado derecho, que se concentra en lo creativo.

Las empresas y las instituciones están batallando para captarlos y lidiar con ellos porque son muy inteligentes y emprendedores, trabajan muy bien en equipo y son una poderosa fuente de innovación, pero en cambio reclaman libertad y ponerse al mando. Más de la mitad prefiere “no tener empleo a estar en un trabajo que odien”.

Sin embargo, un consenso general entre los analistas es que la generación “Y” está destinada a cambiar el mundo, debido a que es más generosa, tolerante y apoya la diversidad y la equidad social.

En México, 1 de cada 5 mexicanos pertenecen a la generación “Y”. De acuerdo con la Encuesta Mundial de Valores, 90% de los jóvenes mexicanos considera el calentamiento global como serio, 60% prefiere proteger la naturaleza que impulsar el crecimiento económico, y 54% opina que el principal problema del país es la pobreza y las carencias.

Es hora de que actores políticos, gobiernos y empresas entiendan que en este país estamos ante una generación “Y” que reclama canales de participación y expresión democrática, una cultura tolerante a la diversidad, oportunidades para una inserción creativa a los procesos productivos, educación de calidad, opciones de movilidad social con empleo, bienestar y seguridad social, tecnologías accesibles para ejercer una ciudadanía digital.

Cerrar puertas a la generación “Y” solo implicará un desperdicio de capital humano y del llamado “bono demográfico”, frustración y una creciente confrontación entre los jóvenes y el sistema con graves consecuencias para la gobernabilidad y el desarrollo económico, político y social.