El PAN tiene un dilema frente al próximo cambio de su dirigencia nacional: renovar su dirigencia o renovar el Partido. Este Partido enfrenta este proceso sin haber hecho una autocrítica a fondo a su actual crisis política.

Los datos son contundentes: el Partido ha perdido el 80% de su padrón de militantes y adherentes; sufrió una dolorosa derrota en los comicios presidenciales de 2012 que lo llevaron a la condición de tercera fuerza política; perdió las gubernaturas de Morelos, Yucatán, San Luis Potosí, Querétaro, Tlaxcala, Jalisco y Aguascalientes. Sólo destaca como activo el refrendo de la gubernatura de Baja California.

A ello se suma el descrédito provocado por la abierta disputa por el control del Partido y la representación legislativa entre Ernesto Cordero y el actual dirigente Gustavo Madero, además de acusaciones por actos de corrupción que lastiman la imagen del PAN.

En el contexto actual, de no instrumentarse un proceso de reingeniería profunda y con el ingreso a la competencia electoral de Morena para las elecciones intermedias de 2015, los riegos del PAN se incrementan.

Un PAN débil, fracturado, con escasa convocatoria ciudadana, no es un buen dato para la democracia mexicana. El país necesita un PAN fuerte, representativo de los anhelos ciudadanos, moderno, competitivo, capaz de disputar el discurso y el rumbo de las políticas públicas y de crear verdaderos contrapesos a un PRI que viene con todo, con un proyecto de restauración política de largo plazo.

Es indispensable que este Partido recupere su razón histórica: la defensa de la democracia y las libertades, el combate a la corrupción y la promoción de una nueva clase media que sea mayoría en las ciudades y el campo con servicios de educación,salud, seguridad y justicia de calidad, y con oportunidades de desarrollo y prosperidad para todos. Esto es, una democracia funcional que sirva para darle igualdad, prosperidad y justicia a sus ciudadanos.

El PRI no viene por el sexenio, viene dispuesto a rehacer su historia, a reconquistar la hegemonía con una agenda de cambios y transformaciones para darle viabilidad y modernidad al país.

El país necesita un PAN capaz de pelearle también espacios gubernativos y legislativos a una izquierda activa, decidida, pero antimoderna, encarnada en el PRD y Morena, que puede presentarse con enorme capacidad de convocatoria a los comicios del próximo año alimentada por el rechazo de un importante sector de la población a las reformas estructurales de Peña Nieto.

El actual dirigente del PAN, Gustavo Madero, ha mantenido un discurso que busca justificar su reelección. Destaca el papel jugado por Acción Nacional en el marco del Pacto por México, como si eso constituyera un elemento único para valorar la viabilidad política y la razón de ser del blanquiazul.

Los resultados de este estudio de opinión del Gabinete de Comunicación Estratégica nos hablan de un estado de ánimo que hay que leer con atención: los panistas están cansados de la inercia, de la lógica de la derrota, de la sujeción del PAN a los ritmos y las prioridades que marcan el PRI y su Presidente, del extravío político de su partido. Quieren un PAN con arraigo en su clientela tradicional, las clases medias, fuente de prosperidad y ciudadanía, un PAN con imaginación y capaz de proponer rumbos distintos para México, con responsabilidad e inteligencia.

Hasta la fecha, la próxima contienda interna se ha reducido a la descalificación personal, y ha dejado de lado el diagnóstico y la propuesta del futuro del Partido y país que proponen. Sería una lástima que se elija un nuevo dirigente sin un proyecto claro de Partido.

El reto de la próxima dirigencia no solo es ganar, sino atender la enorme responsabilidad política de proponer algo nuevo y mejor para que el PAN recupere su capacidad de ser un instrumento para la transformación de México, de su economía, su tejido social y su sistema democrático.