El Pacto por México se ha convertido en un espacio de negociación política para lograr acuerdos, donde el gobierno federal y los partidos están avanzando en una agenda consensuada de reformas estructurales urgentes.

Ello, sin duda, es una buena noticia porque habíamos permanecido inmersos en una cultura reacia a darle productividad política a nuestra democracia. En un contexto de intensa alternancia en todos los niveles gubernativos, donde la negociación y la articulación de acuerdos resultan básicas para construir la capacidad directiva de la pluralidad. Hemos construido una democracia sin actores democráticos, una democracia que no genera respuestas para un país con déficits de bienestar social, empleo, desarrollo económico, seguridad, justicia y gobernabilidad.

Sin embargo, el Pacto no está exento de riesgos para su viabilidad en el futuro inmediato. Ya libró con éxito su primera prueba, provocada por la amenaza del PAN y del PRD de abandonarlo a partir del escándalo por la manipulación de programas sociales con fines electorales en el estado de Veracruz.

La siguiente prueba para la viabilidad del Pacto surgirá, seguramente, a partir de los resultados de las elecciones estatales de este año.

La pregunta que seguramente surgirá después del 7 de julio es quién está capitalizando políticamente el Pacto. Éste, de acuerdo con las encuestas, se ha convertido –en medio de un escenario donde la inseguridad y la violencia no disminuyen- en el principal factor de consenso ciudadano del presidente Peña Nieto, activos que seguramente habrán de trasladarse al ánimo de los electores a la hora de acudir a las urnas.

En toda alianza política hay un cálculo de pérdidas y ganancias. La oposición está en el Pacto, no sólo por razones de madurez y responsabilidad política, sino también por una legítima búsqueda de ganar electorado mostrando su capacidad para incidir en el rumbo de los cambios que México necesita. Hoy se ha vuelto carísimo políticamente salirse del Pacto.

Una derrota masiva de la oposición en las próximas elecciones, podría cambiar radicalmente esos cálculos políticos y llevar al PAN y al PRD a cuestionarse las ventajas de mantenerse en un esquema de negociación y acuerdos que sólo genera rentabilidad política para Peña Nieto y su partido.

¿Cómo evitar que los eventuales resultados del proceso electoral 2013 lleven a la oposición a distanciarse del Pacto?

Todo un dilema para PAN y PRD, especialmente para Gustavo Madero y Jesús Zambrano, que hoy parecen marchar solos en el apoyo al Pacto por México en medio de enormes disensos internos. Quien se frota las manos ante la posibilidad del fracaso de esta mecánica de acuerdos en la pluralidad es López Obrador y su proyecto político populista, radical y antigubernamental.

Ojalá prevalezca en la oposición la inteligencia política para entender que su viabilidad va más allá de la coyuntura del 2013, de la alianza con Peña Nieto, y que depende de reingenierías partidistas con visión democrática, de calidad y pertinencia de su oferta programática, de modernidad, de lazos ciudadanos. Una buena oportunidad es elevar la vista y diseñar propuestas de reformas de nueva generación para un México próspero y justo, intensas en participación ciudadana, que respondan mejor a los transformaciones que necesitamos en un mundo que cambia de manera acelerada todos los días.