La destitución de Ernesto Cordero de la coordinación de los Senadores del PAN marca un punto climático en la confrontación entre dos visiones sobre el papel que debe jugar este partido en el acompañamiento a la agenda de transformaciones estructurales trazada por el Presidente Peña Nieto, en el marco del Pacto por México.
Por un lado, los “calderonistas” consideran que el PAN está poniendo en riesgo su autonomía y capacidad para proponer rumbos distintos a temas sustantivos de la agenda nacional a partir de su propia filosofía y valores.
Por otro lado, el líder nacional del PAN, Gustavo Madero, ha encontrado en el respaldo al Pacto no solo una oportunidad para incidir en el rumbo de los cambios que se están proponiendo, sino también para ganar legitimidad política y exhibir “liderazgo” estratégico que le permita mantener el control sobre el aparato partidista.
El reclamo más sentido de los Senadores, encabezados por Ernesto Cordero, es que todas las iniciativas se trabajan en el seno del Consejo Rector del Pacto, y llegan al Poder Legislativo simplemente para su aprobación, sin tomar en cuenta la riqueza que deriva del debate parlamentario.
Sin embargo, más allá de un tema de “mecánica política”, lo que está en juego es el control sobre el PAN y todo lo que éste representa: una importantísima representación legislativa a nivel federal y estatal, gubernaturas, alcaldías. Es un asunto de poder.
La crisis no comenzó con la propuesta de una iniciativa de reforma política por parte de los Senadores del PAN opositores a Madero, contraria a la que se acuerda en el seno del Consejo Rector del Pacto.
La crisis tiene su origen en el proceso para elegir candidato del PAN a la Presidencia de la República en 2012. El ex Presidente de la República, Felipe Calderón, quería a Cordero, el garante de la continuidad de su proyecto; el partido eligió a Josefina Vázquez Mota. No se trató de una victoria contundente: ella obtuvo 54% de los votos, 40% Cordero. La división estaba anunciada.
El resultado: el abandono de Josefina por parte de Los Pinos y de prácticamente toda la estructura del gobierno federal en el marco de la campaña; ello, aunado a un pésimo diseño del marketing político, la ausencia de una oferta política atractiva y de una convocatoria ciudadana, derivó en la derrota de la candidata del PAN.
En contra de todo, Josefina obtuvo el tercer lugar en la elección presidencial con el 25.4%, 12.7 millones de sufragios. Le competía a Josefina, en ese contexto, una enorme responsabilidad política en la crisis del partido. Todo mundo esperaba que tomara la batuta, que propusiera una reingeniería del partido. No sucedió, ella se perdió entre la confusión, el distanciamiento producto del desencanto político, la decepción. Los espacios quedaron vacios para la lucha por el poder.
El PAN atraviesa por una crisis de identidad, de visión estratégica, de sentido de futuro. En ese vacío lo único que queda es la lucha por el control del aparato. Eso sería vergonzoso para un partido que le ha dado mucho al país: alternancia democrática, respeto e inclusión de la pluralidad, más eficacia de las políticas gubernamentales, estabilidad económica, inclusión social, reglas de institucionalidad y transparencia que estaban ausentes del quehacerpúblico.
El PAN está obligado, para mantenerse como un partido vigente, no solo a propiciar acuerdos con el Presidente Peña Nieto (hoy se ha vuelto carísimo políticamente salirse del Pacto para cualquier fuerza partidista, ya que 64% de los mexicanos lo aprueban), sino también actuar con imaginación, renovarse, refrescar su discurso y su programa, recuperar su visión de un ejercicio ético de la política, del futuro, rehacerse desde y para los ciudadanos. Ése es el reto.