El país ha transitado hacia la democracia, conquistando con ello más libertades públicas, pero sin mejores resultados para los niveles de vida de sus habitantes.

De 1989 a la fecha se han dado ya dos alternancias de partido político en la presidencia de la república, y 39 alternancias en los gobiernos estatales. Con la democracia, se ha consolidado el régimen básico de garantías públicas (con algunas excepciones, por supuesto).

Sin embargo, los niveles de vida del grueso de la población siguen igual o han empeorado. El desempeño económico general del país ha sido deficiente con un comportamiento irregular del PIB, con caídas pronunciadas y reiteradas, y procesos de recuperación insuficientes; una tremenda desigualdad en la distribución del ingreso, donde el 1.7% de la población se queda con el 60% de todo lo que se genera en el país; la pobreza total y extrema se encuentra en los mismos niveles de hace 15 años, pese a las grandes inversiones realizadas; estamos inmersos en una gran crisis cívica por la pérdida de credibilidad y confianza de los ciudadanos en las instituciones públicas, y vivimos en constantes crisis en materia de seguridad pública.

México vive actualmente una preocupante descomposición política y social.

En Iguala, Guerrero, estudiantes de la escuela normal rural de Ayotzinapa son atacados por una policía municipal cooptada por grupos criminales y, posteriormente, 43 de ellos son secuestrados por un comando armado sin que hasta la fecha se sepa su paradero. El alcalde del PRD y su esposa tenían nexos con los “Guerreros Unidos”, un “minicartel” surgido de la desintegración del grupo de los Beltrán Leyva.

La eliminación de los grandes capos, eje de la política anticrimen, no ha disminuido la violencia sino que la ha incrementado. Los grandes cárteles se están desintegrando dando paso al “crimen desorganizado”, a células de menor tamaño que han expandido territorialmente la extorsión, el secuestro, el tráfico de personas, el narcomenudeo, el robo de automóviles y bancos en medio de una ciudadanía vulnerable ante la corrupción de las policías locales.

El conflicto del Instituto Politécnico Nacional, por otro lado, se ha radicalizado, y ahora los estudiantes, en un movimiento que se ha contaminado políticamente por la intromisión de partidos como Morena, quieren mucho más, incluso la elección “por voto directo y secreto” del nuevo director de esta casa de estudios. No hay salidas viables en el corto plazo. Se prevé una huelga larga y desgastante.

El PRI recuperó el poder en 2012 con el argumento de su amplia experiencia gubernamental (“nosotros sí sabemos hacer las cosas”) y con la promesa de un cambio, de “mover a México” hacia la prosperidad y la seguridad. La realidad registra cambios marginales.

Por si fuera poco, la economía no marcha bien. El precio del petróleo sigue cayendo, comprometiendo la estabilidad de las finanzas públicas y obligando al gobierno a la contratación de más deuda para gastar y demostrar resultados en un año electoral. Pocos creen que se conseguirá la meta de 3.7% de crecimiento del PIB para el próximo año. Ello en un contexto donde el PAN y los empresarios piden echar atrás la reforma fiscal.

La democracia no ha sido funcional, pues no se ha visto acompañada de prosperidad para los mexicanos. Cambiamos para seguir igual. La corrupción, los poderes facticos que todo controlan, la simulación y el desdén ciudadano se imponen para quitarle funcionalidad a nuestra democracia. Hoy, que regresó el PRI a la presidencia de la república, el creador de este sistema, vemos la perversidad de un sistema que ya no tiene dueño, que se autoalimenta y devora todo y a todos.

Aunque Peña Nieto ha hecho lo correcto, está claro que no cambiar el sistema no va a permitirle avanzar. El sistema se pudrió, los partidos, la economía, la educación, la salud, las oportunidades. Solamente una reforma ciudadana con capacidad de generar una nueva visión de país y con un sentido ético auténtico nos puede salvar.

Seguimos lejos de un México verdaderamente habitable, democrático, prospero.

¿Qué esperamos los ciudadanos para actuar? ¿Para cambiar el rumbo de éste, nuestro país? Pongamos, ya, manos a la obra. La solución no está en los políticos.