La sufrida calificación de la selección mexicana al mundial de Brasil 2014 es un buen pretexto para analizar la correlación que existe entre el nivel futbolístico de las naciones y el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que es el indicador más preciso del grado de bienestar de una sociedad al combinar la salud, los niveles educativos y el Producto Interno per Cápita, es decir, la riqueza económica personal.

La hipótesis lógica sería que un mejor desarrollo humano permite un desarrollo integral superior, incluyendo el deportivo.

La conclusión inmediata es que no existe una correlación entre desarrollo humano y la calidad del deporte y del futbol que practican los países y su competitividad global de este deporte. Veamos un ejemplo reciente. México, número 25 en el ranking de la FIFA y 61 en IDH, perdió por un marcador de 3-0 la final del reciente torneo Sub 17 ante Nigeria, un país situado en el África profunda, la de la pobreza extrema, que ni siquiera figura entre los 25 equipos más importantes y que ocupa el lugar 153 en desarrollo humano.

Varios líderes en el IDH como Noruega número 1, Australia 2, Nueva Zelanda 6, Canadá 10, Japón 11 y Corea del Sur 12, todos con tradición futbolística, no se encuentran siquiera entre los primeros 25 del ranking de la FIFA.

Entre los 10 primeros países de esta lista se encuentran tres sudamericanos: Brasil 11 (IDH=85), Argentina 3 (IDH=45), Uruguay 6 (IDH=51). Costa de Marfil, país africano en el lugar 168 en IDH, es futbolísticamente el número 17 del mundo.

No, definitivamente no hay una correlación entre ambos indicadores. ¿Qué condiciona entonces el nivel futbolístico?

Son varios factores: culturales, de psicología social, de fisonomía física, vocación para el juego en equipo, pero también elementos como la capacidad de las ligas locales para generar y promover nuevos valores, los mecanismos de reclutamiento de los jugadores con base en la meritocracia y no en el influyentismo, la infraestructura deportiva disponible, el peso de los intereses comerciales en un deporte altamente mercantilizado, entre otros.

México ha vivido una transición importante en lo que respecta a su competitividad deportiva. Antes brillábamos en las disciplinas individuales: box, caminata, taekwondo y natación. Ha sido el futbol y de alguna manera el béisbol y el basquetbol, los que están logrando que pasemos de lo personal a lo colectivo.

Desgraciadamente los intereses comerciales que prevalecen en el ámbito deportivo en México siguen empujando a los jóvenes con mayor potencial hacia la consecución de metas personales, hacia la lógica del lucro, de la rentabilidad económica de los talentos individuales que cancelan la vocación por el sacrificio personal, el trabajo en equipo y la entrega a una causa.

El futbol, sobre todo en el ámbito de las selecciones juveniles, nos ha dado a los mexicanos enormes satisfacciones, campeonatos y subcampeonatos mundiales, una medalla de oro en las Olimpiadas. No sucede así con los futbolistas profesionales de la selección mexicana que han provocado una enorme decepción y un sufrimiento social que, finalmente, incide en nuestro sentido de autoestima como pueblo.

El futbol es un fenómeno de masas y una forma de la obtención de la felicidad y se convierte, finalmente, en el espejo donde muchos mexicanos se ven y se valoran.

Ojalá que los directivos que controlan este deporte comprendan que están en juego no sólo los intereses de las televisoras y las ganancias por concepto de publicidad, sino también el estado de ánimo de una sociedad que anhela desesperadamente buenas noticias y una razón para seguir caminando hacia delante y trabajar por la construcción de un mejor país.

¿Usted cree que haya algún paralelismo con la política en México?