El Deporte en México
Empieza a correr mucha tinta sobre el tema del fracaso de México en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Los argumentos son muy variados: que si el deporte mexicano está en manos de un hombre como Alfredo Castillo, exprocurador de justicia del Estado de México, excomisionado para la paz en Michoacán, extitular de la Profeco y actual titular de la Comisión Nacional del Deporte pero sin ningún experiencia en la materia; que si existe una marcada corrupción en las federaciones deportivas nacionales que malversan los presupuestos que les asigna el gobierno e impiden llegar a los mejores y más competitivos atletas a este tipo de justas, y una larga serie de etcéteras.
Sin descartar esas explicaciones, quisiera aventurar algunas reflexiones sobre las razones del fracaso deportivo de nuestro país, algo que no puede celebrarse, que nos castiga mentalmente como sociedad, en un momento en que el ánimo ciudadano está muy decaído y donde la percepción pública sobre lo que sucede en la república se encuentra permeada por un profundo pesimismo.
La última encuesta del periódico Reforma revela una caída en picada de la popularidad del Presidente. Sólo 23% de los mexicanos aprueba su gestión, el nivel más bajo desde 1995, cuando México vivió su peor crisis económica; más de 60% de la población percibe un deterioro en la seguridad pública y la economía del país, mientras que cerca de 70% considera que la pobreza y la violencia han aumentado en el último año, según dicho estudio.
El “malhumor social” va a contracorriente del discurso y la gran inversión publicitaria gubernamental que busca posicionar en el imaginario colectivo la existencia de sólidos resultados. Sin embargo, la sociedad mexicana no le cree a su gobierno.
El deporte es una gran fuente de optimismo social, genera un sentido de identidad nacional, mejora el ánimo de los ciudadanos. Basta mirar las expresiones de euforia colectiva que provoca un triunfo de la selección mexicana de fútbol: se llenan las plazas, la gente se olvida de los problemas cotidianos y da rienda suelta a la celebración de un acontecimiento que, aunque efímero, es motivo de alegría pública. Es un tema para los estudiosos de la psicología de masas.
Los malos resultados en los Juegos Olímpicos de Brasil abonan a la frustración social y detonan peligrosos sentimientos de autolaceración: “Somos un país de fracasados”, “somos pobres, incluso deportivamente”, “nuestros atletas reflejan lo que somos, una sociedad tercermundista”, leo en las redes sociales. Y eso resulta muy preocupante. ¿Qué hacer para que el deporte se convierta en un motor de sentimientos positivos y permita reafirmar nuestra autoestima social?
En el pasado, México se distinguió como un país competitivo en disciplinas como marcha, taekwondo, box, tiro con arco, clavados en plataforma y fútbol soccer, que han dado al país medallas olímpicas. ¿Qué está pasando?
Las Olimpiadas son un escaparate de lo que son los países. Los líderes en el medallero olímpico de Río de Janeiro, al menos los cinco primeros, son también líderes en la economía mundial: Estados Unidos, China, Gran Bretaña, Alemania y Japón. Son naciones, que bajo una lógica de disponibilidad de recursos invierten mucho dinero en el deporte. México, como la economía número 13 del mundo, debería estar obligado a tener un desempeño mucho más competitivo en certámenes internacionales, pero esto no sucede.
Más allá de directivos mediocres y de la corrupción de las federaciones deportivas, estamos ante un dilema. Enfrentamos problemas estructurales porque en México el deporte no es parte de la formación de los niños y los jóvenes, no está en las escuelas ni en los espacios públicos, no recibe suficiente promoción gubernamental a pesar de su alto impacto en la salud (70% de los mexicanos tienen sobrepesos y obesidad), y no integra las estrategias de reconstrucción del tejido social ni las destinadas a prevenir la violencia y la delincuencia.
No, la política de promoción del deporte en nuestro país no puede ser la misma después de Río 2016. Nos toca a los ciudadanos exigir que las cosas cambien, que existan directivos capaces, que se acabe la opacidad, que se asignen mayores presupuestos gubernamentales y que la práctica del deporte forme parte de nuestra vida diaria. Es un tema de nuevas políticas públicas y de una nueva visión para construir un México deportivamente más competitivo.
De otra forma los fracasos continuarán y el ánimo colectivo se seguirá deteriorando, con el riesgo de producir insospechadas consecuencias políticas.