La pluralidad de visiones ayuda a contrastar ideas y encontrar las mejores opciones para viejos y nuevos problemas, donde una visión de izquierda se vuelve no sólo necesaria, sino indispensable. Urge darle equilibrio a los derechos económicos, sociales y políticos de la población. Este país está necesitado de una gran reforma social. Los pobres y marginados del modelo actual de desarrollo son cada vez más y cada vez sus condiciones son peores.
En este contexto, la voz de la izquierda en México tiene mucho que aportar. Sin embargo, esta ala política se encuentra en una enorme crisis que amenaza en pulverizar su voto y perder los espacio ganados en los últimos 20 años.
Ricardo Gallardo Cardona, hasta hace unos días presidente municipal de Soledad de Graciano Sánchez y precandidato perredista a la gubernatura de San Luis Potosí, está sujeto a proceso penal por la PGR por enriquecimiento ilícito y lavado de dinero.
A la presunta responsabilidad de José Luis Abarca, ex presidente municipal perredista de Iguala, Guerrero, en la desaparición y crimen de 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, se suma la investigación hacia Jesús Valencia (ex delgado político de Iztapalapa y precandidato a diputado federal), quien el mes pasado provocó un accidente al conducir alcoholizado una camioneta de lujo perteneciente a una empresa proveedora presuntamente favorecida a través de contratos, mientras posee una casa de 9.5 millones de pesos en el Pedregal.
Éste es quizás uno de los signos más evidentes de la crisis que aqueja al PRD: la falta de controles éticos efectivos en el ejercicio del poder.
Los hechos han provocado un profundo deterioro de la imagen pública del partido del sol azteca y un distanciamiento de los ciudadanos. Un sondeo de noviembre de 2014, encargado por la dirigencia de ese partido, registra una caída en la intención de voto a partir de los hechos de Iguala. El PRI tiene 31% de las preferencias, el PAN 20% y el PRD sólo 11%, lo que ha prendido los focos de alarma. 46% de los ciudadanos tiene una mala opinión del partido.
El peor enemigo del PRD está en su propio interior por la confrontación de las tribus y el proyecto de “Los Chuchos”, que controlan férreamente la dirigencia nacional desde 2008, y que han impuesto un riesgoso pragmatismo en la selección de candidatos derivando en el respaldo a personajes de dudosa probidad.
Entre los signos de la crisis está la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas, enfrascado en la construcción de una nueva alternativa política de izquierda, y la más reciente del Senador Mario Delgado, a la que seguramente seguirán otros cuadros destacados como Alejandro Encinas; se habla también de la salida de Marcelo Ebrard, quien parece tener todavía vida política a pesar de las escandalosas irregularidades en la construcción de la línea 12 del Metro de la Ciudad de México. El destino de la diáspora perredista es Morena, de López Obrador, quien está capitalizando el desprestigio y desgaste del partido del sol azteca.
Morena es ya un fenómeno político en la capital de la República: de una intención de voto en el DF del 14% en julio de 2014, poco después de la obtención de su registro, en noviembre tenía ya el 26% contra 22% del PRD y 18% del PRI. Un crecimiento meteórico.
Morena ha optado por una propuesta radical: lo más rentable no es trabajar por la construcción de una izquierda moderna, eficaz, visionaria (como lo intentó el PRD en el marco del Pacto por México), sino la confrontación, el desafío a las instituciones, la denuncia de las “perversidades” de la “mafia en el poder”, el llamado a reventar las reformas estructurales y “la lucha de clases” para liberar al “pueblo oprimido”. Éstas han sido las líneas argumentales del discurso de López Obrador y el riesgo es que el PRD, desesperado por reposicionarse y recuperar espacios políticos, se sume a la lógica de la confrontación.
Lo que no entienden ni “Los Chuchos” ni López Obrador es que la pulverización del voto de la izquierda en 2015 sólo beneficiará al propio PRI.
Urge en México la voz calficada de la izquierda, pero de una izquierda moderna. La izquierda moderna se caracteriza por ser técnicamente solvente, persigue afanosamente una economía de mercado competitiva, pero a la vez sabe imponer las regulaciones necesarias para que la riqueza se distribuya con mayor equidad; a ello suma la lucha irrenunciable contra la privación, la desigualdad y la fractura social. Está abierta a los ciudadanos y mantiene un sólido compromiso con la democracia, la legalidad y el Estado de derecho.
La izquierda mexicana parece lejana, muy lejana, de ese paradigma.