Enrique Peña Nieto destacó en su Segundo Informe de Gobierno la aprobación de las reformas estructurales en un marco de consensos con los tres principales partidos. Se trata de un logro muy positivo, sin duda. El Presidente y su equipo mostraron oficio político, capacidad para articular acuerdos, para superar inercias, resistencias, conformar mayorías legislativas.
Pero gobernar es mucho más que reformar. Falta el aterrizaje de estos cambios. Es ahí es donde veremos de qué está hecho este gobierno.
Entre los anuncios más importantes está la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, la joya de la corona en materia de infraestructura en este sexenio, con una inversión de 120,000 millones de pesos, así como la ampliación de 43 kilómetros del Metro para mejorar la conectividad en la Zona Metropolitana de la capital de la República. Ambos proyectos serán un importante detonador de empleo y prosperidad económica.
Y aquí inician las críticas, las obras de mayor calado se concentran en el centro del país, mientras se desplaza a segundo plano a la región sur-sureste, donde se localizan los índices más altos de pobreza y marginación.
En materia de crecimiento económico, el Presidente señaló que “en el segundo trimestre de 2014, México fue el país que más creció entre las economías que integran la OCDE”. En tanto, los analistas señalan que el crecimiento del 1.1% del PIB del 2013 y del 2.7%, pronosticado por el Secretario de Hacienda, arrojaría una tasa crecimiento promedio de sólo 1.9% para el primer bienio. Esto implica que el crecimiento del ingreso per cápita en estos dos primeros años sería de cero. La Encuesta sobre Expectativas Económicas que realiza cada mes el Banxico entre los principales analistas del sector privado indica un nuevo descenso en las expectativas de crecimiento para 2014 (2.47%).
El Presidente plantea que las reformas detonarán el crecimiento económico mientras los escenarios se deterioran, la reforma fiscal sigue impactando negativamente la inversión privada y el poder adquisitivo de las clases medias, uno de los grandes motores del mercado interno.
Los spots del Segundo Informe anuncian a México como “el décimo país más atractivo para recibir inversiones en el mundo”. En contraste, el país bajó seis lugares (del 55 al 61) en el Índice de Competitividad del World Economic Forum en un listado de 144 naciones. Estamos muy mal calificados en rubros como calidad de la educación (lugar 109 mundial); solidez de las instituciones públicas (109); costo del crimen y la violencia para los negocios (135), mientras el gobierno anuncia “importantes resultados” en esta materia; corrupción (110), en tanto sigue en la congeladora legislativa la creación de una Comisión Nacional Anticorrupción, un compromiso presidencial que no parece contar con el mismo entusiasmo de este gobierno.
Otro de los grandes anuncios fue la transformación del Programa Oportunidades en Prospera con objeto de “superar el asistencialismo” y “romper la reproducción intergeneracional de la pobreza”, principalmente a través de la dotación de becas de educación superior a los jóvenes y capacitación para el trabajo, y la inclusión productiva y financiera de 6 millones de familias beneficiarias.
Es sin duda un acierto reconocer las limitaciones de Oportunidades y la incorporación de componentes para la movilidad social. Sin embargo, el éxito de Prospera depende de dos factores que todavía están ausentes: una educación pública de calidad que les permita a los jóvenes incorporarse competitivamente a un mercado laboral cada vez más exigente, y la capacidad de la economía de generar empleos formales y de crear circuitos de mercado para los proyectos productivos sociales, algo que no va a suceder en un contexto de bajo crecimiento.
La realidad es necia y se niega a someterse a la euforia del discurso oficial.
El gobierno debe tener claro que no basta con soltar un gasto público masivo en infraestructura y con rediseñar Oportunidades para restaurar la popularidad presidencial y lograr un resultado electoral favorable en los comicios intermedios del próximo año. La gente quiere hechos.
En un contexto de profundo distanciamiento social hacia la actual conducción gubernamental, si no hay resultados visibles en el muy corto plazo en el bienestar de los mexicanos, 2015 se convertira en un momento definitivo para Peña Nieto y su partido.