Frente a los graves problemas de un mundo con creciente desigualdad, injusticias y pérdida de valores, representa una bocanada de esperanza ver el trabajo del Papa Francisco, realizado con congruente humildad.

Hoy 2 de cada 10 habitantes de la tierra profesan la religión católica. En México, la cifra llega a 9 de cada 10, para representar el segundo país con más católicos en el mundo.

Recientemente la jerarquía vaticana eligió a un Papa argentino, Francisco, un hombre que está relanzando a la Iglesia a través de una nueva imagen de sencillez y humildad y un nuevo lenguaje que recupera los mejores principios de esa religión: la defensa de los pobres y los débiles, la justicia, los derechos humanos y la paz.

La historia ha conocido otros papas renovadores. Uno de ellos fue Juan XXIII (1958-1963), a quien Francisco refiere como “modelo de santidad”, promotor de avanzadísimas encíclicas como Mater et Magistra (Madre y Maestra) de 1961, que toca el tema de la pobreza a nivel mundial, llama a los poderes públicos a actuar para reducir las desigualdades, reconoce a la propiedad privada como un “derecho natural” de todas las clases sociales, y aboga por salarios dignos y la sindicalización para los trabajadores. Otra es Pacem in Terris (Paz en la Tierra) de 1963, que llama a todos los seres humanos y todas las naciones a luchar juntos por la paz ante el clima hostil generado por la Guerra Fría.

Por su parte, Juan Pablo II, quien estuvo al frente de la Iglesia católica de 1978 hasta 2005 (27 años), fue un verdadero genio mediático y político, uno de los líderes más influyentes del siglo XX, símbolo del anticomunismo y artífice de la caída del bloque socialista y la transición de Europa oriental hacia la democracia de libre mercado. Juan Pablo II derrotó también a los sectores del clero vinculados al marxismo. Su papado contribuyó a mejorar las relaciones de la Iglesia católica con las demás religiones.

El Vaticano es un Estado y, como tal, se mueve también con base en intereses económicos y políticos. Está dirigido, no por ángeles, sino por hombres de carne y hueso. Ahí están las denuncias de casos de pederastia, quizás, lo que más ha dañado el prestigio de la Iglesia católica en los últimos años.

No es casualidad que el primer viaje internacional de Francisco como nuevo Papa haya sido precisamente a Brasil, el país con mayor número de católicos a nivel mundial. El 57% de la población brasileña se declara católica, el nivel más bajo de la historia del país. En 2007 era el 64% y en 1994 el 75%. Ahí, como en otros países, las iglesias evangélicas pentecostales crecen a un ritmo sin precedentes. En Brasil representan 19% de la población y son el segundo mayor grupo religioso; además, cuentan con un poderoso bloque político en el congreso de ese país, conformado por 77 de los 513 legisladores de la Cámara Baja.

Una gran parte de la comunidad católica espera una Iglesia más humana, en la más pura tradición de Juan XXIII. Francisco está honrando su memoria, proponiendo un nuevo rostro y un nuevo lenguaje que buscan revivir la fe de millones de feligreses.

En un reciente acto en el Vaticano, el Papa reunió al presidente de Israel, Shimon Peres, y al de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas; los tres se abrazaron en medio de una oración por la paz en Medio Oriente.

Por su influencia espiritual en más de 1,200 millones de seres, la posibilidad que hoy se abre con Francisco de tener una Iglesia católica renovada, fuerte y conectada a los grandes retos de la humanidad es, más allá de nuestras propias creencias, algo que todos vemos con profunda esperanza.