Hasta antes de 2009, España era uno de los países más prometedores de la Unión Europe, con altas tasas de crecimiento económico empujadas por el dinamismo de sus empresas.
La brutal crisis que estalló ese año y que llevó a ese país al borde de la insolvencia, quebró la generación de empleos, obligó al gobierno español a ajustar sus gasto y con ello a desmantelar un generoso sistema de protección social.
Todo ello afectó profundamente las expectativas de los jóvenes españoles que disfrutaban de un mercado laboral dinámico, de oportunidades muy atractivas de movilidad social, de generosos seguros de desempleo.
Hoy, España es un desastre social y un espejo donde podemos observar lo que puede suceder con los jóvenes si no se destinan hacia este segmento de la población acciones emergentes de política pública.
La tasa de desmpleo juvenil en España es de 57%. Una generación entera de jóvenes ha quedado excluida del proceso productivo y laboral. España es ya un país de viejos, la edad promedio de la población es de 41 años, y su futuro está en predicamento al no ofrecer opciones a sus jóvenes sometidos al dilema de la precariedad o la emigración.
La frustración se refleja en una pérdida de autoestima donde la casi la mitad aceptaría cualquier empleo, en cualquier lugar y con sueldo bajo, y el 62% considera muy probable tener que irse al extranjero para encontrar trabajo.
La frustración se traduce en un sentimiento de agravio hacia el sistema, ocho de cada diez jóvenes españoles culpan al gobierno y a los partidos políticos de la situación actual, 47% están dispuestos a apoyar movimientos que promuevan cambios profundos en el actual sistema político, económico y social. Es un coctel ideal para el conflicto y la violencia.
El escenario español contiene muchas lecciones para el caso mexicano.
Hoy, 21.1 millones de mexicanos tiene entre 15 y 24 años de edad. La mitad de ellos está en situación de pobreza, 1.8 millones en situación de pobreza extrema. 7 millones no estudian ni trabajan, son los NINI´s. 45% de los jóvenes ocupados de 25 a 29 años, con estudios profesionales terminados, laboran en ocupaciones no profesionales (es decir donde no aplican las habilidades obtenidas de una licenciatura, maestría o doctorado); 63% de los jóvenes están en el sector informal.
6 de cada 10 jóvenes mexicanos entre 15 y 24 años (12.4 millones) no asisten a la escuela. 35% de los delitos reportados en México son cometidos por delincuentes con edades entre los 12 y los 25 años. 50% de los muertos por la violencia del crimen organizado son jóvenes menores de 29 años.
En México no hemos necesitado de ninguna crisis, como la española, para que nuestros jóvenes estén enfrentados ya a una preocupante situación de riesgo y precaridad. Si no actuamos a tiempo, no sólo estaremos desperdiciando el bono demográfico, sino que estaremos incubando las condiciones para que nuestros jóvenes se conviertan en fuente de mayor pobreza, frustración, inseguridad y ruptura del tejido social.
Ante este panorama, México se caracteriza por un enorme vacío en materia de política juvenil integral que comprenda instituciones, programas y acciones de empleo, educación, formación cívica y creación de espacios de participación política y social adecuadas a los hábitos de estos jóvenes inclinados hacia el uso de las nuevas tecnologías y las redes sociales como formas de expresión ciudadana.
Estamos ante un importante desafío que tenemos que abordar con toda nuestra imaginación desde el gobierno y también desde la sociedad civil.
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