México es un país diverso y plural por donde se le quiera ver.
Quien intente hacer un inventario de su acervo musical, seguramente enfrentará grandes dificultades por la enorme cantidad de géneros que coexisten en nuestro gran territorio de casi dos millones de kilómetros cuadrados, desde las pirekuas michoacanas hasta la música de banda sinaloense y los grupos norteños, pasando por la trova yucateca, los sones de mariachi de Jalisco y los jarabes veracruzanos.
Lo mismo sucede a la hora de estudiar el vasto mapa gastronómico del país (la cocina mexicana está considerada una de las cinco mejores del mundo por su variedad de sabores, texturas e ingredientes).
Ni qué decir de la riqueza arquitectónica de sus ciudades, desde aquellas que alojan Centros Históricos Patrimonio de la Humanidad, como Guanajuato, Oaxaca, Morelia y Zacatecas, hasta aquellas que asombran por su moderna arquitectura, como la Ciudad de México o Monterrey.
Su estructura productiva es también variada: contrastan las gigantescas empresas que hoy incursiona exitosamente en el mercado global, con millones de micro, pequeños y medianos negocios en las zonas urbanas y rurales de nuestro territorio.
¿Y qué pasa con la sociedad mexicana? Es también una estructura multiforme, conformada por distintos grupos caracterizados por su pertenencia regional, su estatus socioeconómico, sus niveles de bienestar, sus patrones culturales, costumbres e idiosincrasia.
Ni siquiera el mundo indígena admite uniformidad alguna, ya que existen 68 etnias y, por lo tanto, el mismo número de lenguas o, lo que es lo mismo, 68 maneras distintas de decir “pájaro”, “amor”, “hermano”.
Políticamente, la mexicana es una sociedad que alberga distintas identidades y donde cabe todo el espectro que puede cohabitar civilizadamente en una comunidad democrática.
Esa pluralidad se retroalimenta con una mayor escolaridad de la población y una cada vez más importante penetración de las redes sociales, que se han convertido en herramienta central de información y de construcción de percepciones políticas.
Los comicios de los últimos 20 años han mostrado la existencia de una ciudadanía flexible y volátil que se mueve hacia distintos polos dependiendo de la coyuntura, y que lo mismo ha llevado a la Presidencia de la República a la derecha, que al centro político y a la izquierda.
Un estudio de Consulta Mitofsky da cuenta de cómo, en este mismo periodo, se ha venido experimentando una caída dramática del llamado “voto duro” en las elecciones presidenciales en México: en 2012 eran más de 50% los que decían votar por el partido de siempre; para 2018, esa proporción cayó a solo 13%.
De acuerdo con un estudio de Alejandro Moreno en El Financiero, 6 de cada 10 potenciales electores no saben por quién votarán en julio de 2021 para elegir diputados federales. La democracia es la institucionalización de la incertidumbre.
En el sistema político mexicano la normalidad es la alternancia en el poder, es el permanente relevo de autoridades. No hay triunfos para siempre ni derrotas para siempre.
Esta es la nación plural que hemos forjado con el esfuerzo de varias generaciones de mexicanos. México no puede ser constreñido a blancos y negros, a una sola visión de la historia, a una sola ideología. A un discurso único.
Cualquier líder político que plantee que la suya es la verdad única y que, fuera de ella no cabe nada ni nadie, ofende nuestra diversidad y desafía reglas básicas de la democracia, como son la disposición a escuchar al “otro” y a forjar consensos para gestionar los asuntos de la esfera pública.
Cualquier político que pretenda destruir a los que piensan distinto, renuncia a gobernar democráticamente lo complejo.
Octavio Paz, nuestro Premio Nobel de Literatura, decía que “Si la uniformidad reinase, todos tendríamos la misma cara, máscara de la muerte. Pero yo creo lo contrario: creo en la diversidad que es vida”. Es hora, pues, de defender nuestro México plural.