El incendio que dañó gravemente la catedral de Notre Dame el pasado lunes causó profunda consternación por el valor simbólico de esta joya del arte gótico enclavada en una de las ciudades más bellas de Europa, París.
Hoy, Francia se prepara a restaurar uno de los principales orgullos de su vasto patrimonio cultural. Dinero para ello, no faltará: en poco más de 48 horas los donativos comprometidos sumaban ya unos 850 millones de euros (cerca de 18 mil millones de pesos mexicanos) y la cifra seguirá subiendo hacia las próximas semanas. De ese tamaño es la estima que le guardan los franceses a Notre Dame.
Como lo ha señalado la alcaldesa de París, Anne Hidalgo: “La fuerza de la catedral de Notre Dame va más allá de lo religioso. Lo que ocurre aquí crea una emoción universal, por eso Victor Hugo decía que París pertenece al género humano”.
Las muestras de solidaridad nacional e internacional para restaurar la catedral, han llevado a Hidalgo a afirmar que “la historia y el patrimonio cultural es lo que nos une, y en su defensa hay valores humanistas”. Esta reflexión de la alcaldesa socialista y, seguramente, próxima candidata a la Presidencia de Francia, tiene un enorme sentido en estos tiempos convulsos.
La cultura ha dejado de ser simplemente una invitación al placer o el cultivo intelectual, y cada vez es contemplada más como un agente de cohesión social decisivo para construir sociedades más abiertas a la pluralidad, incluyentes, justas, poderosas y democráticas.
Viene a mi memoria lo realizado durante el gobierno de Tony Blair en Gran Bretaña, cuando impulsó el uso instrumental de la cultura y la democratización del arte con el fin de paliar problemáticas de carácter social que requerían planteamientos mucho más sutiles que las leyes, las multas y los castigos.
Desde 2001 todos los museos son gratuitos y, hoy, Gran Bretaña es el tercer país por su calidad de vida a nivel mundial, sólo por debajo de Suiza y Canadá de acuerdo con un estudio de 80 naciones elaborado por US News & World Report. A esto ha contribuido la decisión de los laboristas de utilizar a las instituciones culturales como agentes de cambio social.
En México contamos con un enorme legado cultural que debe ser utilizado precisamente para impulsar el orgullo de pertenecer, fortalecer nuestro sentido de identidad, hacernos sentir fuertes, y convocar los mejores sentimientos y valores de los ciudadanos como la solidaridad y el respeto a la diversidad.
México brilla a nivel internacional por su arte, el cine mexicano conquista a la aldea global, nuestra música es apreciada por su riqueza y belleza, ni qué decir de la gastronomía, los maravillosos sitios arqueológicos, nuestras ciudades Patrimonio de la Humanidad, la vitalidad que siguen conservando los pueblos indígenas, a pesar de la pobreza y el abandono de siglos, y que ha permitido preservar 68 lenguas originarias, es decir que hay 68 maneras distintas de decir “hermano”, de decir “pájaro”.
El actual gobierno, dotado del mayor bono democrático que jamás se haya conocido en la historia moderna del país, debe voltear los ojos hacia el ejemplo británico, para hacer de la cultura no un factor de confrontación, sino una herramienta de regeneración del tejido social, de inclusión, de transformación de la vida pública, de construcción de ciudadanía.
Pienso tan solo en la enorme posibilidad que significa el contar con el Fondo de Cultura Económica, la mayor casa editorial de América Latina, para popularizar la lectura, porque los libros en México siguen siendo muy caros.
Pienso, también, en el potencial que existe para promover una cultura más incluyente con el acceso masivo al teatro, la música, el arte popular, las artes plásticas.
Ernst Fischer escribió hace muchos años un libro espléndido, “La necesidad del arte” del cual rescato algunas ideas: “El arte no debe ser dividido por clases sociales, debe de tener un sentido universalmente humano; no debe ser pasivo, debe llamar a la razón, la acción y la decisión. En sus inicios, el arte era magia, ayudaba a dominar un mundo real inexplicable”.
“Actualmente sirve para iluminar a la sociedad opaca, para hacerla conocer y modificar su realidad social. El arte alivia, desvela, ensombrece e ilumina; pero el arte no solo sirve para representar la realidad; debe incitar al hombre total a identificarse con la vida de otro y a apropiarse de lo que no es, pero podría llegar a ser”.
Ojalá la Cuarta Transformación sea también la transformación de la cultura para que se apropien de ella, sus verdaderos dueños, los ciudadanos.