Mientras escribo esta colaboración, Margarita Zavala anuncia su decisión de renunciar a la candidatura independiente a la Presidencia de la República. Concentraba más o menos el 4% de las preferencias electorales. El dilema, ahora, es hacia dónde se reorientará el voto potencial que estaba incubando Zavala.
El panorama político sigue dominado por la ventaja de AMLO en las encuestas. De acuerdo con la más recientes encuestas, en Consulta Mitofsky (mayo 2018), López Obrador suma 44.5% de las preferencias efectivas (es decir eliminando los entrevistados que no declaran), Ricardo Anaya 28.0% y José Antonio Meade 19.8%; mientras que en la publicada por GEA-ISA (mayo 2018), la diferencia entre López Obrado y Anaya se acorta a 6 puntos, y la de Massive Caller (mayo 2018) a 5.4 puntos. Algo es definitivo: la contienda se cerrará.
La expectativa de cambio es avasalladora. Casi 9 de cada 10 mexicanos exige un cambio. López Obrador lidera este anhelo: 55% considera que el tabasqueño garantiza la posibilidad de una transformación; y Meade obtiene la mayor tasa de rechazo (62%) por parte de los potenciales electores.
De acuerdo con el estudio de GEA-ISA, la imagen de Enrique Peña Nieto es, por decir lo menos, devastadora: 75% desaprueba su gestión, sólo 4% señala que ha mostrado capacidad para gobernar, 7% opina que se ha preocupado por el bienestar popular, y un ínfimo 6% lo considera un gobernante honrado. 97% le cree poco o nada al Presidente de la República. Sólo 2% considera que ha obtenido éxito en el combate a la pobreza, 5% en la reducción del desempleo (esto a pesar de la frenética campaña publicitaria instrumentada por el Gobierno Federal para presentar, a éste, como el sexenio del empleo). 82% señala que México va por un rumbo equivocado en materia política; 79% opina que la economía del país va mal.
Hay una clara correlación entre la percepción de una gestión gubernamental desastrosa y el anhelo de cambio de los ciudadanos. A mayor sensación de fracaso de la actual Administración, mayor es el deseo colectivo por un relevo en el timón y un cambio en la ruta de la nave pública. El juicio social habla de un Presidente que ha fallado en la implementación de las políticas públicas que impactan la calidad de vida de la población, que no ha sido capaz de proteger los recursos públicos de la deshonestidad, que ha perdido la brújula y el control de las instituciones.
Estamos frente a una espiral imparable de deterioro de la legitimidad del gobierno de Peña Nieto, y no veo en el horizonte cercano posibilidad alguna de que el Presidente pueda corregir las cosas, todo lo contrario. Las complicaciones que están emergiendo en la renegociación del Tratado de Libre Comercio y el fuerte deterioro del peso frente al dólar en las últimas semanas, abonan a la incertidumbre y el mal humor de los ciudadanos.
No veo condición alguna para que el PRI y su candidato puedan remontar la desventaja en los 40 días que quedan de campaña política. A pesar de los ajustes que Meade ha implementado a su imagen, discurso y estrategia, es evidente que no le alcanzará para ganar la contienda. Su sólida reputación de funcionario público de excelencia, se anula como factor de competitividad política por el hecho de representar al partido con mayores negativos: 62% de los mexicanos nunca votaría por él, a lo que hay que sumarle el lastre que representa la pésima reputación del Presidente Peña Nieto.
México tiene que cambiar, ése es el mandato ciudadano, todo lo que huela a continuidad está condenado a ser rechazado. Quien llegue a la Presidencia en julio de este año, estará obligado a implementar una agenda profunda de transformaciones si quiere contar con un bono democrático y con la suficiente legitimidad para construir un proyecto viable de gobierno.
Nos hemos centrado demasiado en la discusión de si el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México va o no va, y estamos olvidando temas centrales para reorientar a esta gran nación: repensar el modelo de desarrollo, construir una economía de mercado más humana, diseñar una nueva política social que además de abatir la pobreza construya ciudadanía y no clientelas, forjar el nuevo andamiaje legal e institucional que permita desalentar y castigar severamente la corrupción, redistribuir el poder, pensar un nuevo modelo de gobernabilidad sustentado en coaliciones políticas plurales.
AMLO ha logrado llevar la discusión a su cancha y marcar la agenda, lo cual ha empobrecido el debate político, ha limitado nuestra posibilidad de imaginar y descubrir mejores caminos. La narrativa de los candidatos ha estado dominada por la retórica, por el abuso de las generalidades, por la política como espectáculo, cuando los mexicanos estamos urgidos de saber qué harán los líderes políticos y cómo van a abordar los grandes temas de la agenda nacional.
Vayamos a lo profundo para darle sentido al cambio que se avecina.