Vivimos un mundo sujeto a una veloz transformación en todos los ámbitos: la geopolítica, la tecnología, el comercio, la cultura, las identidades. Es un mundo fascinante que entraña riesgos y oportunidades sin precedentes.
Nunca el mundo había producido tanta innovación tecnológica, riqueza y prosperidad y, sin embargo, persisten graves retos sociales. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), después de haber disminuido de forma constante durante más de una década, el hambre ha vuelto a aumentar en el mundo. 815 millones de seres humanos (el 11% de la población mundial) no saben si habrá comida en su mesa el día de mañana. Ello, en un contexto donde hasta un tercio de todos los alimentos que se producen en el mundo se estropea o se desperdicia antes de ser consumido por las personas.
Oxfam dio a conocer el año pasado, en el marco del Foro Económico Mundial de Davos, un dato escalofriante: sólo ocho personas, y todos hombres, tienen la misma riqueza que la mitad de la población mundial. Algo funciona mal en la economía, en la operación de los sistemas políticos, en la distribución del poder, cuando un puñado de magnates puede acumular tal cantidad de recursos. Oxfam hizo un llamado a acabar con los paraísos fiscales para obligar a las corporaciones privadas a pagar los impuestos que les corresponden y contar con más recursos para el desarrollo social.
Esto va en consonancia con lo señalado por Thomas Piketty, autor de “El capital en el siglo XXI”, uno de los libros más provocadores e influyentes de la última década. Piketty, a través de un estudio que abarca más de 200 años, contradice la idea de que el crecimiento económico generado por el capitalismo va en sintonía con la reducción de la desigualdad. Lo que ha sucedido en los últimos 40 años, señala, es justo lo contrario. Asistimos a una concentración monumental de la riqueza en los países desarrollados. Y de ahí tres ideas sustantivas: 1) La concentración de la riqueza pone en peligro la estabilidad democrática, es un freno al crecimiento y limita la movilidad social; 2) La repartición de la riqueza es también un problema ético, y por eso la economía es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de la tecnocracia económica; y 3) Hay soluciones a la vista: crear un impuesto global al capital; crear nuevas instituciones supranacionales con capacidad de controlar los capitales globalizados, y mejorar los datos oficiales sobre la riqueza para poner impuestos progresivos.
En el fondo del debate está el reparto de los beneficios de la globalización; hay ganadores y perdedores; hay enormes asimetrías que exigen hacer una revisión a fondo de la dinámica del capitalismo actual.
Este dilema ya había sido identificado por el Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, quien señalaba que “si bien los pobres del mundo necesitan tanto de la globalización como los ricos, es importante cerciorarse que en realidad obtengan lo que necesitan, lo que exige reformas institucionales de gran alcance. No hay manera de prescindir de los mercados como poderoso motor del progreso económico; sin embargo, los resultados del mercado deben someterse a la regulación de políticas públicas en materia de educación, salud, microcrédito, etc.) para evitar que generen polarización social”. Sen concluía que “El capitalismo global está mucho más centrado en ampliar el dominio de las relaciones de mercado que en el establecimiento de la democracia, en la expansión de la educación primaria o en mejorar las oportunidades sociales de los menos favorecidos”.
El injusto reparto de los beneficios de la globalización, está en el centro de muchos de los problemas que enfrenta nuestro planeta: la exclusión de amplios sectores de la población, el desencanto con la democracia, el ascenso del populismo y de los ultranacionalismos, la inestabilidad política, la inseguridad, las migraciones masivas, la presión sobre los ecosistemas.
Mientras Huawei ha incorporado inteligencia artificial a su último smartphone y el Massachusetts Institute of Technology (MIT) produce corazones similares a los humanos con tecnología de impresión en tercera dimensión, hay 200 millones de niños con desnutrición que pone en riesgo su salud, su desarrollo cognitivo, su capacidad para romper el círculo vicioso de la pobreza.
Tenemos que cerrar las brechas de desarrollo humano, llevar el progreso a cada rincón del planeta, atender “los mensajes escritos en los muros” como decía el recientemente fallecido Zygmunt Bauman.
Un mundo más habitable, un mundo en paz, un mundo gobernable a través de las reglas y valores de la democracia, exige revisar el funcionamiento del sistema económico global y la distribución de la prosperidad que éste genera