México esta viviendo tiempos inéditos: un Presidente muy popular que controla la narrativa y el espacio público a través de una agresiva estrategia de comunicación política; una ruptura del equilibrio de poderes debido al control que mantiene el Presidente sobre el Congreso a través de la mayoría legislativa de su partido y la cada vez más visible pérdida de autonomía del Poder Judicial.
Una grave desarticulación de las instituciones que le daban soporte a un esquema básico de contrapesos al Ejecutivo y que mantenían activa la rendición de cuentas. Un desfondamiento de los partidos de oposición cuyo peso en la agenda pública se ha vuelto irrelevante.
A lo anterior se suma la construcción de una vasta y eficaz red clientelar sustentada en la entrega masiva de recursos a grupos sociales vulnerables.
Nunca, desde que el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados en 1995, en lo que fue considerado como el momento fundacional de la transición democrática que derivó en la alternancia y la salida del PRI de la Presidencia en el año 2000, un hombre había acumulado tanta capacidad de decisión como Andrés Manuel López Obrador.
Quienes apostaban a un paulatino desgaste de su imagen y su gobierno, se han equivocado. De acuerdo con Consulta Mitosfky, después de un momento crítico hacia mediados de junio, donde su nivel de aprobación cayó a su punto más bajo desde el arranque de su gestión (46.2%), todo han sido ganancias de opinión pública que han llevado al Presidente a un 55.9% de menciones positivas en el último sondeo del 11 de octubre. La encuesta del periódico Reforma le da, incluso, un nivel de consenso superior: 62%.
López Obrador sabe que el piso sobre el que está parado es firme. Ni los eventos más críticos, como la pandemia, que ha provocado el fallecimiento de casi 85 mil mexicanos, ha logrado minar su fortaleza en el ánimo de los ciudadanos (54.8% aprueba la gestión de la emergencia sanitaria).
AMLO es un político que sabe leer muy bien las coyunturas más adversas. Sin embargo, su lógica de control de daños no se basa en la activación de políticas públicas, se basa en la construcción de diques de contención a la opinión pública utilizando sus vastos recursos retóricos y su manejo preciso y puntual del espectáculo político.
Hoy, todas las variables le favorecen al Presidente. Además de no tener contestación política al frente, que no provenga de las redes sociales y de la resistencia que ofrecen algunos intelectuales, gobernadores, líderes empresariales, y ciertos sectores de la sociedad civil, el feminismo y FRENAAA, va viento en popa hacia el refrendo de su mayoría legislativa en 2021.
Su partido, Morena, a pesar de la caótica sucesión de su dirigencia nacional, ha vuelto a sus niveles de apoyo anteriores a la pandemia, con 39% (Alejandro Moreno, Reforma, 6 de octubre). Ni sumando la intención de voto que obtienen PAN y PRI (11% y 10%, respectivamente) se pondría en riesgo lo que se pronostica serzá una victoria del partido del gobierno en los comicios intermedios del año próximo.
El Presidente ha tomado este contexto sumamente favorable a su persona y su proyecto, como un pretexto para polarizar aún más a la sociedad mexicana y denostar a quienes considera sus adversarios. López Obrador debe entender que tanto poder obliga a la cordura política, a la humildad, a la sensatez, a la altura de miras. Obliga a dejar atrás la tentación de avasallar, para abrir espacios al diálogo y la construcción de acuerdos con todos.
Porque él es el Jefe del Estado mexicano, no solo el líder político y moral de un partido y un proyecto. Su deber es representar a todos los mexicanos. Construir puentes.
Es el momento de exhibir la grandeza política, la condición de estadista y no solo de militante; es momento de mostrar la capacidad para gobernar una sociedad diversa y compleja, de probar que se pueden trazar las líneas del futuro y escapar de la lógica que impone la lucha por el poder, que siempre aprisiona a los políticos en la coyuntura.
Es hora de liderar y promover los valores de la democracia, del Federalismo, de la división de poderes, del respeto a la libertad de expresión, de la riqueza de ser diferentes.
México necesita menos fanáticos insultándose en las redes sociales y más ciudadanos responsables encabezados por un Presidente que tenga la visión, la generosidad y el liderazgo para convocarlos a trabajar, colectivamente, por un mejor país.
Lo otro, la confrontación y la ruptura, solo llevarán a posponer las grandes soluciones que la nación demanda.