El presidente López Obrador ha adoptado un estilo particular de gobernar donde las decisiones están concentradas en su figura política.
Todo parece indicar que es él quien plantea la agenda durante los encuentros que se dan con su gabinete en el marco de las reuniones de balance matutinas que preceden a su conferencia; es él también quien decide las acciones que se tomarán en las más diversas materias en la mayoría temas complejos y técnicamente difíciles.
Llama la atención la virtual ausencia pública de los secretarios de las distintas dependencias de la Administración Pública Federal de los ejercicios de comunicación a los que están obligados, en virtud del derecho a la información que asiste a los mexicanos: es el presidente quien informa, quien puntualiza y debate ante los representantes de los medios en el marco de las conferencias mañaneras en Palacio Nacional, así como en las giras que, semana a semana, realiza a los estados de la República.
Esta hiperactividad presidencial tiene ventajas, pero también riesgos. Por un lado, le permite mantener una presencia permanente en el espacio público, liderar la agenda, pero también lo sobreexpone y desgasta como sucedió con el caso Culiacán que se configuró como la mayor crisis en lo que va de su gobierno.
En medio de un gabinete que se mueve detrás de los reflectores, que mantiene un bajo perfil, destaca la figura de Marcelo Ebrard Casaubón, el Secretario de Relaciones Exteriores, convertido, según el periodista Raymundo Riva Palacio, en el virtual vicepresidente de este gobierno de la 4T.
Ebrard fue el encargado de dar la cara frente a Trump cuando la amenaza de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas si no se controlaba el tránsito de migrantes por territorio mexicano con destino hacia la frontera norte.
Ebrard logró llevar a buen puerto los compromisos asumidos con el gobierno de EU: en tres meses el flujo migratorio se redujo 56%.
Para ello, el presidente puso a Ebrard al frente de la coordinación de un grupo especial para cumplir con los acuerdos con atribuciones sobre varias secretarías de Estado: Gobernación, Seguridad Pública, Bienestar, Trabajo y Previsión Social. En los hechos, Ebrard se convirtió en un supersecretario.
Se podrá cuestionar el uso de elementos de la naciente Guardia Nacional para detener y deportar migrantes indocumentados, en lugar de atender la grave situación de inseguridad que enfrentan varias regiones del país. Sin embargo, lo cierto es que se cumplió el compromiso con el gobierno de EU y con ello se logró frenar la imposición de aranceles.
El titular de la SRE fue, también, el responsable de encarar la crisis generada por la masacre de integrantes de la familia LeBarón en Bavispe, a manos de un grupo de la delincuencia organizada. Visitó de inmediato el lugar de los hechos y prometió justicia.
Ebrard ha sido uno de los secretarios que ha ocupado más tiempo en el marco de las conferencias mañaneras, indicando con ello la enorme confianza que le tiene el presidente López Obrador.
Su operación diplomática y política más reciente fue sacar de Bolivia a Evo Morales, después del golpe de Estado, y traerlo a territorio mexicano, un hecho pleno de enorme simbolismo. El asilo al expresidente se constituyó, además, en un distractor muy eficaz en un contexto donde la imagen de AMLO y su gobierno estaban muy golpeados.
De acuerdo con la encuesta de septiembre de El Financiero para evaluar a los integrantes del gabinete de AMLO, Ebrard es el secretario mejor calificado así como el más conocido por los mexicanos.
Destacan sus habilidades como negociador y operador, su experiencia para liderar equipos interinstitucionales, la comodidad y seguridad con que se desenvuelve en escenarios internacionales, su trato terso con los medios, su autocontrol personal.
Todo lo anterior hace de Marcelo Ebrard, hoy por hoy, “el hombre del presidente”.
Aunque es muy temprano aún, porque no sabemos qué ruta seguirán otras figuras importantes como Claudia Sheinbaum y Ricardo Monreal, podemos afirmar que es él quien encabeza la carrera hacia el 2024.