Recientemente se publicaron los resultados de la encuesta de GEA-ISA, un grupo consultor serio, aunque algunos críticos dicen adivinar en él un cierto sesgo.
Un dato destacado es que la aprobación del presidente López Obrador, aunque sigue siendo alta, viene descendiendo y se encuentra en 61% durante el cuarto trimestre de su primer año de gobierno, apenas por arriba del 60% de Felipe Calderón y el 57% de Fox durante el mismo periodo de sus respectivos mandatos.
Esto contrasta con lo que espera la gente de este gobierno: sólo 35% cree que habrá mejoras en la educación; 29% en salud; 19% en combate a la corrupción; 18% en seguridad.
La poll of polls o encuesta de encuestas que realiza Oráculus, una estimación estadística a partir de todas las encuestas publicadas sobre el consenso al Presidente, arroja, al 19 de septiembre, un 72% de aprobación contra 24% de desaprobación.
La popularidad del presidente López Obrador, de acuerdo con esta fuente, ha caído diez puntos porcentuales con respecto al pico más alto alcanzado en febrero de este año (82%). Sin embargo, sigue siendo notablemente alta y hace del presidente mexicano un caso paradigmático de legitimidad no sólo en América Latina, sino en el mundo.
La pregunta es cómo puede un líder político mantener un nivel de opinión tan favorable en medio de una economía paralizada, una creciente inseguridad, niveles de violencia sin precedentes, una política migratoria sitiada por las presiones de nuestro vecino del norte.
La respuesta está en la extraordinaria capacidad de comunicación del presidente, por un lado, y por el otro, la ausencia de una contra-narrativa suficientemente sólida y creíble por parte de sus opositores.
López Obrador es un hombre que entiende bien las cosas que le importan a la gente, es un orador popular; ha hecho de la presidencia un “deporte de contacto” con el ciudadano de a pie; no es un “político de escritorio”, es un “político de intemperie” que ocupa permanentemente la plaza pública.
Con un catálogo de frases efectistas (“barrer la corrupción de arriba hacia abajo”, “separar el poder político del poder económico”, etc. etc.) logra notables impactos en la opinión ciudadana.
Algunos analistas consideran que lo que los mexicanos califican positivamente, es, no los resultados, sino las intenciones, la voluntad del líder. La gente está recibiendo símbolos y dinero, y eso parece estar determinando el consenso hacia el presidente.
Una corriente de análisis en los Estados Unidos está llamando a reflexionar sobre los riesgos que representa una ciudadanía poco informada y sometida a “atmósferas políticas ruidosas y tóxicas” y a la demagogia de las élites.
De acuerdo con esta perspectiva, los electores no construyen sus opiniones basadas en investigaciones, en información fidedigna, sino que abrevan de lo que sus líderes políticos están diciendo.
Estos rasgos ayudan a interpretar lo que ocurre con los electores mexicanos, que responden a reactivos como la emoción, los sentimientos, y no la racionalidad, y que ejercen una ciudadanía de baja intensidad que se limita a votar en las elecciones.
La gran incógnita para los observadores de la dinámica política nacional, es cuánto puede durar la aprobación al presidente en un contexto donde su narrativa y el rumbo que sigue el país parecen tener diferencias.
Es cierto, como señala Héctor Aguilar Camín (Milenio, 25 de septiembre), que “la eficacia del discurso es superior al discurso de los hechos”; AMLO “tiene la capacidad de crear realidad con sus palabras”. Sin embargo, la comunicación política no puede sustituir a la realidad.
De acuerdo con otra encuesta, esta vez de Consulta Mitofsky, 83% de los entrevistados valora positivamente la cercanía de López Obrador con la gente, pero solo 44% cree que tiene las riendas del país, solo 41% piensa que lleva al país por el rumbo correcto, y únicamente 17% considera que ha hecho algo para recuperar la paz en el país.
Algunos opinan que la habilidad comunicacional del presidente puede llenar permanentemente los huecos, y mantener la alta aprobación a su persona hasta el fin de esta administración. Soy de los que piensan que esto no será posible. Narrativa y realidad deben ir de la mano. Lo demás es una apuesta riesgosa.