Las series sobre México que se transmiten por Netflix, el gigante de la industria del entretenimiento vía streaming, se han convertido en una ventana para asomarse a nuestros peores rezagos como país y como sociedad.
Desde “Narcos”, en su versión para México, que recrea el surgimiento de los primeros carteles de la droga hasta aquellas que hacen alusión a la vida del Chapo Guzman, al crimen de Luis Donaldo Colosio o a la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, comparten una misma métrica: la corrupción de las policías y su contubernio con la delincuencia; la inoperancia del sistema de impartición de justicia que genera la más absoluta impunidad; la inmoralidad de quienes detentan el poder público movidos más por la ambición que por la vocación de servicio a los ciudadanos; la violación sistemática de los derechos humanos, un desprecio total por la vida.
La descomposición del sistema es un venero inagotable de materia prima para guionistas y productores. Nos delata, nos humilla e incómoda. Mientras quienes apostamos por la reconstrucción de nuestra vida pública, miramos con preocupación nuestra incapacidad para detener el deterioro y proponer una agenda y una ruta que nos permita recuperar la paz, la cohesión social, el respeto al Estado de derecho, la prosperidad para todos.
¿Cómo es que llegamos a este punto? Han sido muchos los factores. Una enorme desigualdad: 30% de la población más rica del país, se queda con más del 60 por ciento del ingreso nacional. En contraste, el 30 por ciento más pobre, se queda con sólo el 10 por ciento.
Prevalecen, asimismo, importantes contrastes entre grupos sociales y regiones del país: en tres de cada cuatro municipios, más de la mitad de las personas vive en condiciones de pobreza, y estos municipios se encuentran ubicados, primordialmente, en el Sur-Sureste del país.
En Chiapas, 28 de cada 100 personas viven en condiciones de pobreza extrema, mientras que en Nuevo León prácticamente no hay personas en esta situación. En Nuevo León el ingreso mensual por persona es de 8 mil 200 pesos; en Chiapas de mil 800 pesos, cuatro veces menos.
Hay mucho de cierto en el diagnóstico del Presidente: venimos de un sistema que generó una profunda injusticia social y ello se convirtió en un factor detonador de la violencia. Millones de personas han perdido la confianza en las instituciones y otros se han volcado hacia la delincuencia como fuente de sustento.
Un estudio de Oxfam indica que dos terceras partes de la riqueza de billonarios en el mundo no es producto de una cultura emprendedora, del talento, de la capacidad para tomar riesgos, sino de monopolios y compadrazgos con el gobierno. México es un claro ejemplo de ello. Aquí surgió el “capitalismo de cuates” impulsado por sistema disfuncional y perverso, mismo que ya dio muestras que caducó.
Somo un guión perfecto para Netflix porque la corrupción ha minado a las instituciones de seguridad y de impartición de la justicia, mientras la ausencia de un auténtico Estado de derecho y la impunidad deterioran la confianza de los inversionistas y con ello el desarrollo económico y la competitividad. El crimen organizado controla territorios enteros, autoridades, candidatos, jueces; mata periodistas y activistas.
¿Hasta dónde hemos perdido el control? Viene a mi memoria una entrevista que realizara el periódico O Globo de Brasil en 2012 a un poderoso capo preso en la cárcel. Su discurso podría ser firmado por el jefe de alguno de los cárteles mexicanos: “Yo viví y crecí en una favela (así le llaman a los barrios marginados en Brasil), éramos la clase marginada invisible, ustedes nunca nos vieron. Pero hoy somos ricos y poderosos. Les damos pavor. A nosotros nos ayuda la población marginada, ustedes son odiados. Ustedes son corruptos y lentos, nosotros somos ágiles. Ustedes no entienden la magnitud del problema. Su sistema se pudrió”.
No queda tiempo para la confrontación y la polarización, necesitamos unir a los mexicanos, de todos los sectores y de todos los partidos para avanzar en las reformas urgentes que nos permitan recuperar la gobernabilidad y la seguridad y crear las bases de una prosperidad compartida para erradicar la pobreza. Es urgente empezar a debatir entre todos el cambio hacia un nuevo régimen que falta diseñar.
Y esa convocatoria, en un sistema como el nuestro, le corresponde en primer lugar al Presidente, quien está obligado a actuar con un espíritu republicano y democrático para llegar al corazón de todos, sin sectarismos y poniendo por delante, no un proyecto partidista, sino el interés superior de la Nación. Es urgente pasar del discurso a las propuestas de cambio de fondo, del cambio de un sistema que ya dio de sí, que se pudrió.
No queda tiempo, hay que actuar ya.