¿Cuál es nuestro estado de ánimo como sociedad? ¿Qué tan solidarios y tolerantes somos hacia los demás? ¿En qué medida estamos dispuestos a participar en la esfera pública para abordar y solucionar problemas que a todos nos atañen? ¿Qué nivel de confianza tenemos hacia las instituciones? ¿Qué tan seguros nos sentimos en la comunidad en que vivimos? ¿Qué tanto nos interesa y motiva la política? ¿Qué tan satisfechos estamos con nuestra vida?

No son temas reservados a la academia, a la investigación en un cubículo universitario. Son asuntos que a todos nos importan porque explican la sociedad que somos, nuestras certezas y nuestros temores, nuestras filias y nuestras fobias, lo que somos y lo que queremos y podemos ser.

Conocer la sociedad que tenemos es vital para elaborar políticas públicas, estrategias de comunicación, campañas políticas, para tener clara la agenda de la sociedad también. Tan cierto es esto, que el candidato que supo interpretar mejor el humor social predominante, ganó contundentemente la elección presidencial, me refiero a López Obrador. 045_INFOGRAFIA_Retos de la cohesión social copy

El Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) acaba de publicar el estudio denominado “Del Ánimo a la Acción: Cohesión, Valores y Ánimo Social”, que brinda importantes claves para entender el tejido social, sus fortalezas y debilidades.

El estudio parte del concepto de Cohesión Social. En una sociedad cohesionada, los ciudadanos tienen confianza entre sí y en sus instituciones, tienen un sentido de pertenencia, se mantienen unidos en beneficio de todos, son más felices y también económicamente más prósperos.

La cohesión social se mide a través de una serie de indicadores agrupados en tres grandes rubros: relaciones sociales, conectividad y enfoque en el bien común. En una escala del 0 al 10, México alcanza un puntaje de 5.1. Voy a destacar, por razones de espacio, sólo algunos de los hallazgos más interesantes del estudio del GCE, pero los invito a que lo revisen completo (http://gabinete.mx/proyectos/del-animo-a-la-accion/).

Los mexicanos tenemos un elevado nivel de afecto por nuestro país (8.7), algo digno de destacar, porque este sentimiento de amor es más fuerte que todos nuestros problemas y todos nuestros desafíos. Le damos, además un alto valor a la justicia social (7.0) y estamos de acuerdo con que el gobierno implemente medidas efectivas para reducir las desigualdades. Existe un gran respeto hacia la diversidad sexual (7.5), sobre todo entre los millenials. Estos son nuestros activos como sociedad.

Sin embargo, son muchos los rasgos negativos que minan la cohesión social: la confianza en las instituciones es precaria (3.9); la confianza interpersonal es muy baja (4.8); nos involucramos muy poco en la política (3.7); son contados los que ayudan a un desconocido o donan dinero a alguna organización filantrópica (3.6). Somos reticentes a asociarnos con otros para resolver un problema público, cuando brindamos apoyos preferimos dárselos directamente a las personas y no a través de alguna institución.  

Todos estos factores derivan en una ciudadanía de baja intensidad, de ahí que no nos extrañe que México tenga una de las tasas de densidad asociativa más bajas en el continente americano. Tenemos tan sólo 28 organizaciones de la sociedad civil por cada 100 mil habitantes; mientras Estados Unidos 670, Chile 650, Uruguay 270, Brasil 170. Nuestro déficit de ciudadanía es crónico y lamentable.

Esta apatía, este desinterés hacia la esfera pública es uno de nuestros mayores retos, porque una sociedad civil fuerte es baluarte de la democracia, promueve la inclusión de temas de interés colectivo a la agenda nacional, enriquece el debate y genera contrapesos al ejercicio del poder. Por ello debemos defender, en el nuevo contexto político y ante un Presidente que ha manifestado su desconfianza hacia la sociedad civil, la razón y la necesidad de la participación de los ciudadanos en la construcción de lo público.

El estudio habla de una sociedad que se mueve entre claroscuros, una sociedad que exhibe virtudes y limitaciones, que muestra rasgos de modernidad, pero que arrastra, a la vez, resabios de la vieja cultura paternalista. Una sociedad que tiene un enorme aprecio por la justicia social, que detesta los contrastes que lastiman; que aprecia la honestidad y cultiva la solidaridad, pero que, en su contracara, tiene poca estima por la ley y las instituciones, que recela del otro y esto le impide acuerparse para sumar manos, voces, energías e iniciativas para abatir la pobreza, la inseguridad, la corrupción. Tenemos una sociedad dividida.

Una sociedad donde sólo 3 de cada 10 personas están satisfechas con su vida lo que habla de una enorme carga de frustración y enojo social; esta sociedad le tiene miedo a la inseguridad y la violencia.

Una sociedad que, el pasado 1º de julio decidió entregarse a un hombre y su proyecto, pero que tampoco extiende cheques en blanco. Una sociedad a la que habrá que cumplirle con hechos, y pronto, con enorme sentido de urgencia. Ése es el reto del nuevo gobierno.